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Juan Eladio Palmis | Berberiscos cordobeses

Está claro que Córdoba nunca formó ni forma parte de la Berbería. Y, para su mal, la Berbería se lo pierde y la mar Mediterránea, también. Pero aunque Córdoba desde que se conoce es y fue riana y nada tuvo que ver con trajines de buques oceánicos armados, su influencia en la cosas del mar, como en casi todo lo que le afecta a esta España que sigue sin ceder ni un palmo en la charanga y la pandereta, fue muy determinante, dejando de lado marinos puntuales que los tuvo Córdoba y muy buenos –los que puedan haber ahora los desconozco–.



Por las costas mediterráneas todavía retumban los ecos y los temores por si por el horizonte puede aparecer el trapo, por lo general remendado o ajado, de algún bajel morisco –o bereber, da lo mismo– de cuya embarcación bajó rápidamente un grupo de adiestrados marineros, con toda la velocidad de sus descalzos pies (así los pinta la tradición, descalzos) raptan preferentemente doncellas y capellanes, para llevárselos y luego pedir un rescate por ellos.

Y la preferencia en el rapto radica en el hecho que al parecer se llevaron más de un susto comercial cuando raptaron alguna madurita o madurito, juntamente con algún perlado, y cuando fueron a pedir rescate le dieron las gracias por haberlos quitado de en medio.

Aquellos habituales turistas de las costas meridionales y levantinas mediterráneas de esta gran Península que tanto sabe de granujerías desde entonces y, con toda seguridad, miles y miles de años anteriormente a los berberiscos corsarios que por muchos siglos a los citados fueron nombrados como gente de la Berbería –berberiscos–, se establecieron en la isla de Creta y desde allí hicieron sus correrías comerciales de robo y piratería, siendo una temerosa amenaza en los puertos y aguas del Mediterráneo, cuando el Mediterráneo era un mar, y no una cloaca de agua salada como lo es ahora.

La mayoría de aquella gente corsaria, que tuvo el lado positivo para el clero trinitario vaticano que llenó las costas de leyendas de vírgenes con espadas a cubrirlas con ricos mantos y joyas, pueden tener origen en la venganza de los vecinos de la ciudad riana de Córdoba, la mayoría de ellos asentados en el barrio del Arrabal, que como no disponían de dinero suficiente para que se les acercaran a ellos la pandilla de granujas, montados en lujosas oficinas de la época especializados en evadir impuestos, le tuvieron que hacer frente ellos solitos al poder del emir y a su brusca subida de impuestos, como siempre sin venir a cuento, y eso que el IVA que iba antes para Oriente, ya había desaparecido.

Pero, al parecer, el traslado de la capital omeya –Damasco– a Bagdad por los Abasidas, algo tuvo que repercutir en la capital abasida independiente cordobesa, ciudad por entonces más principal de España y segunda probablemente tras Constantinopla, en calidad de vida ciudadana del orbe utilizado y conocido por nosotros por el género humano.

El oriental árabe Abderraman II, a la sazón rey de España, en virtud de ese gusto especial que existe en esta reserva económica vaticana que es España, de que todos los reyes, excepción de los Trastámara que eran gallegos, sean forasteros de fuera, por necesidades del lujo y de los ERE de la época, subió los impuestos a límites de burrada de los consensos democráticos actuales.

Y claro, aquellas gentes que no tenían la lana que nos ha crecido a todos ahora, a pesar de las muchas muertes que hubo, se sublevaron contra su rey. Y aquellos que pudieron, muchos más de 15.000, le hicieron un corte de manga a la Corte cordobesa, y emprendieron el camino de buscar una tierra amiga donde poder trabajar y establecerse.

Alejandría en Egipto, una ciudad en entero dedicada al comercio que lo desarrollaba con extrema rentabilidad con todos los puertos mediterráneos, río Nilo hacia el sur y con el oriente lejano, más los asiáticos del Mar de Mármara, Los Dardanelos y el Mar Negro, fue un lugar que se enriqueció con la presencia de los avispados andaluces, que pronto entraron en envidia de los judíos y demás comerciantes que ya había en la populosa –para aquel entonces y ahora– ciudad egipciana de Alejandría.

Allí, los andaluces que salieron de Córdoba dándole un corte de manga al rey y diciendo que pagaran los impuestos sus bailaguas y eunucos, fueron ayudados a tope por los demás vecinos de Alejandría para que se establecieran en unión y compaña en la mediterránea isla de Creta (La Blanca).

Y así lo hicieron, con un gran éxito conquistador supuesto que en muy poco tiempo ya estaban los andaluces construyendo y fortificando la ciudad capital de la isla que llamaron Chandax (nada que ver con el abundante chándal, uniforme de los parados españoles), y por más de mil años ejercitaron con mucho éxito la piratería por todo el Mediterráneo, con especial empeño, generación tras generación, en no dejarle tranquilidad a las costas andaluzas y levantinas de España ¿Por qué será?

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS