Ir al contenido principal

Carlos del Amor: “Estos tiempos en los que vivimos no son nada buenos para hacer planes a largo plazo”

Su carrera periodística está vinculada al área de Cultura de RTVE. Autor del libro de relatos La vida a veces (2013) y de la novela El año sin verano (2015), publica Confabulación, que muestra desaparecido a través de unos personajes que lo hacen sin olvidar el territorio de la infancia que les unió para siempre.



Carlos del Amor ama los viajes y las ciudades donde habita la nostalgia. Es fiel a Italia y sufre el Síndrome de Estocolmo cuando frecuenta las ciudades del norte de Europa. Ama los buenos vinos, es un cinéfilo melancólico y cree firmemente en el poder sanador de los libros.

—Tu protagonista, Andrés, sufre el Síndrome de Korsakoff, una enfermedad que modifica los recuerdos.

—Que modifica y que no sabe si son ciertos, con el peligro que eso conlleva. Los recuerdos son muy traicioneros y a veces conviene modificarlos.

—La idea de escribir ‘Confabulación’ surgió leyendo un artículo de la BBC sobre esa enfermedad.

—Sí. Yo tengo que escribir de cosas que veo. Siempre hay imágenes o hechos noticiosos que mandan un chispazo y de repente surge la historia. En este caso, fue frente al ordenador, en el trabajo y viendo noticias. Me topé el caso de un tipo que cree haber vivido recuerdos inventados. Y me llamó tanto la atención que me pareció muy, muy literario.

—Con este motivo, la novela se acerca a temas tratados en tus obras anteriores como el olvido, la soledad, los amores imposibles.

—¿Tendré una obsesión? Me pregunto. Pero yo creo que son temas universales. El olvido. Lo decía Héctor Abad, "el olvido que seremos". Ese es uno de los grandes temas de la literatura, el pasado y el cómo nos recordarán, el cómo recordamos. Todo es lo que habita, en realidad, los tres libros que he escrito. El olvido es una de las cosas más terribles a las que uno puede enfrentarse y más necesarias a la vez y vitales para seguir avanzando. Hay que olvidar.

—Tampoco faltan las referencias a la actualidad. ¿No logras desconectar del periodismo ni cuando te sumerges en la literatura?

—No, no. Tengo las orejas abiertas y levantadas y se va filtrando toda la realidad.

—‘El año sin verano’ ya contenía algunos elementos criminales que ahora son el punto de partida de ‘Confabulación’. ¿Comenzar con un asesinato es propio de un periodista cultural?

(Ríe). Bueno, siguiendo con un comentario irónico, ten en cuenta que vivimos días en los que se asesina la cultura. O sea, que por qué no tomarme la revancha. Pero sí vivimos un asesinato de muchas manifestaciones culturales constantes. Quería sorprender. Hubiera estado bien haber comenzado con un cuadro o cualquier otra cosa más acorde con mi día a día. Pero me pareció que era un buen punto de arranque un asesinato que llamara la atención del lector, que creyera que aquello iba a ser un thriller, y es todo lo contrario. Pero es lo que desencadena que el protagonista se dé cuenta que tiene un problema.

—En el libro no podían faltar los tics cinematográficos, como ‘Metrópolis’, de Fritz Lang.

—Uno es lo que es y vive de lo que vive. Y si uno vive viendo películas constantemente, pues al final se tiene que notar en lo que escribe.

—Defines la tarea de escribir como “un placer tortuoso”. ¿Tanto sufres poniendo música en las palabras?

—Escribir para alguien que no es su oficio, la longitud y el nivel de detalle que te exige, es tortuoso. Entonces, yo lo paso muy bien cuando concluyo un folio, pero lo paso muy mal cuando el folio está en blanco.

—Como tu personaje, ¿qué recuerdo infame no logras borrar de la memoria?

—Intento vivir con todos los recuerdos para aprender de ellos. Yo creo que es necesario tener memoria para saber de dónde venimos y tener claro hacia dónde vamos y no cometer esos mismos errores. Así que vivo con mis fantasmas en la mochila.

—Vives obsesionado por el funcionamiento del cerebro, del que solo aprovechamos el diez por ciento. ¿Qué buscas ahí dentro que tanto te preocupa?

—Busco, yo creo, lo que buscamos todos. Saber quiénes somos de verdad. Saber quiénes somos al cien por cien. Y comprendernos un poco más.

—La pérdida de los seres queridos son heridas escritas con tinta indeleble. ¿Es imposible el olvido?

—Es imposible. Se puede maquillar y se puede tamizar, paliar, pero siempre va a haber una imagen, un dolor, una sensación, una película, una canción, que te lleve a ese ser querido y que sea como un disparo, y te vuelve a doler como el primer día.

—Eres partidario de que los recuerdos lo busquen a uno, no de que uno busque a los recuerdos. Dime cómo se hace.

(Ríe). Yo creo que no podemos estar constantemente buscando recuerdos porque yo soy de naturaleza nostálgica y ya caería en la nostalgia enfermiza. Es mejor que te vayan asaltando los recuerdos acorde a las sensaciones y a las cosas que vas viendo y viviendo.

—Todo está lleno de interrogantes que nos hacen vivir en una incertidumbre que no es sana. Pero también la zona de confort ahoga y desorienta.

—Sí. Pero no hay que confundir. La zona de confort lo que hace es acomodarnos. Pero lo que nos impide salir de esa zona de confort son esos interrogantes y esas incertidumbres. Y vivimos un presente minado que hace que el futuro esté lleno de interrogantes. Y eso no ayuda. Los tiempos que corren no son buenos para hacer planes a largo plazo.

—Virgencita, que me quede como estoy. ¿Ese es el eslogan de nuestro tiempo?

—Por desgracia. Nos han hecho que nos conformemos con lo que tenemos y saber exactamente qué es lo que tenemos.

ANTONIO LÓPEZ HIDALGO
FOTOGRAFÍA: ELISA ARROYO