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Pepe Cantillo | Derechos Humanos, 365 días al año

Cada 10 de diciembre conmemoramos e intentamos recordar que la Carta Magna sobre Derechos Humanos está ahí. Posiblemente somos algo tercos y duros de oído y por eso marcamos aniversarios cívicos que sirvan de recordatorio a estos pobres “pulgarcitos” que somos los humanos, incapaces de encontrar el mejor camino para convivir.



Las líneas de hoy se revisten de cierta seriedad para hablar de dicha Declaración que, a las puertas de su 70.º cumpleaños, es joven y con objetivos importantes por cumplir. Aunque tales derechos aun siguen siendo un desafío para los humanos.

Esta Carta Magna está firmada y ratificada por muchos países, lo cual no significa que su cumplimiento sea efectivo en los pueblos firmantes. Digamos que los Derechos Humanos son el “optimus” que se debe conseguir por y para el bien de los seres humanos aunque, por desgracia, estemos aun muy lejos de lograr las metas propuestas.

Los valores recogidos en dicho documento han sido reconocidos, de un modo u otro, en todas las épocas por casi todas las gentes. Constituyen un núcleo mínimo deseable y exigible para todos. Otro cantar, repito, es que se respeten, pero si no nos planteamos metas que podamos conseguir aun sería más difícil, por no decir imposible, su cumplimiento.

Los orígenes de tales Derechos nacen con los propios seres humanos. La afirmación anterior es una obviedad puesto que hablamos de las personas y lo mismo que éstas y la sociedad han evolucionado, sus derechos también, hasta explicitarse por escrito de forma “clara y determinante”.

Hagamos un breve repaso histórico. Por ejemplo, en las tribus primitivas se pensaba que estaba mal hacer daño a un miembro de la propia tribu, pero no a los de la tribu vecina, los cuales eran enemigos y no tenían ningún derecho; a éstos no había que respetarlos sino esclavizarlos o mejor matarlos.

A trompicones hemos ido superando estadios. Aunque a veces pienso, lamentablemente, que no hemos cambiado mucho desde el origen de la Humanidad. Una rápida ojeada a los últimos meses vuelve a ofrecernos un claro y obstinado enfrentamiento tribal.

Un pequeño inciso sobre significados para entendernos lo mejor posible. La tribu se define como “un grupo social primitivo de un mismo origen, real o supuesto, y cuyos miembros suelen tener en común usos y costumbres” (sic).

Recalco el calificativo “supuesto” dado que después de miles de años, la pureza “real” de pertenencia a una tribu o pueblo es bastante dudosa por la mezcla a la que nos ha sometido el constante devenir migratorio y la misma globalización.

Y se cae en el exclusivismo que alimenta un tribalismo que, como “tendencia a sentirse muy ligado al grupo de gente al que se pertenece, y a ignorar al resto de la sociedad” (sic), es raquítico y excluyente hasta el punto de “vender la moto” buscando convencer de algo con mucha labia aunque sea media verdad, falso y poco creíble. Tribalismo y exclusivismo si se basan en la pureza de sangre, raza, lengua o religión es más dañino de lo que podamos pensar.

La Península Ibérica es un claro ejemplo de dicha ensalada de gentes, lenguas y culturas aunque determinados sectores quieran vendernos “su burra” exclusivista. Y en estos momentos está alborotada por cierto estado de sedición entendida como “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad legalmente establecida” (sic).

Y la mancha de desajuste se va extendiendo de norte a sur con serio peligro para la convivencia. Pero salgamos de terrenos resbaladizos y sigamos con el tema. ¡Ojo! Con este inciso solo pretendo que reflexionemos, que no perdamos la cordura.

Pese a todo la historia humana es un intento por alcanzar metas de unificación, igualdad y libertad para todos. Es necesario reconocer todo un proceso de maduración y progreso que se inicia en la Grecia clásica, madre de las democracias modernas. Aristóteles nos dice que “el hombre es un ser social por naturaleza que vive en la ciudad entre iguales”.

Sofistas, estoicos y epicúreos apuntan la idea de una condición humana común e igual a todos los seres humanos. Más tarde, el cristianismo establece que somos superiores al resto de seres creados, que poseemos una dignidad especial y que todos los humanos somos iguales ante Dios.

En el siglo XVI se defiende la libertad y la igualdad para todos por el solo hecho de ser personas, propiciada por la Reforma protestante, con su llamada a la tolerancia, que terminará reconociendo la libertad de conciencia. El Edicto de Nantes (1598) y la Paz de Wesfalia (1648) recogen y pretenden garantizar dicha libertad e igualdad.

Otro paso importante lo marcará la lucha por la humanización del derecho procesal y penal, recogido en el Acta de Habeas Corpus (1679). Tiempo después, Locke defenderá la existencia de derechos individuales como la libertad, la igualdad y la propiedad, por encima de cualquier tipo de contrato social.

En 1776, la Declaración de Independencia de Estados Unidos hace público reconocimiento de los derechos del ciudadano. Y la Asamblea Nacional Francesa en La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), formulará los derechos fundamentales de todos los hombres.

Como hito importante, Olympe de Gouges en 1791 redactará la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, documento histórico que propone por primera vez la emancipación femenina y la igualdad de derechos en relación a los varones. El siglo XIX viene marcado por un deseo de mejoras legales para los ciudadanos. Aparecen declaraciones y constituciones en distintas partes de Europa y América en este mismo sentido.

La primera mitad del siglo XX está marcada por dos guerras mundiales con un alto coste de vidas humanas. Aun así irán apareciendo constituciones que proclamen una serie de derechos para todos los ciudadanos (Alemania, URSS, Italia, España…). El siglo XXI está en el aire. Los deseos van por un lado y la realidad por otro a nivel general y local.

Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial (1945) se proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). El deseo de que nunca más entráramos en guerra, fue el motivo que impulsó dicha Declaración. ¡Siempre entre la Utopía y la miseria!

¿Por qué este documento? La guerra puso en peligro a gran parte de la Humanidad. Los derechos más elementales fueron vilmente pisoteados por los países en litigio: campos de exterminio, represalias, deportaciones, bombardeos ocasionaron la escalofriante cifra de 30 millones de civiles muertos. Y como remate la bomba atómica matará a 200.000 personas en Japón.

Los Derechos Humanos expresan exigencias que son universalizables y aplicables a todos los humanos. Son “los mínimos” en los que pretendemos estar de acuerdo todos. Quieren ser el cordón umbilical que una a toda la Humanidad sin distinción de raza, religión, sexo, sistema político...

Algunas preguntas para reflexionar: ¿Tiene sentido hablar de igualdad cuando la vida real nos hace desiguales? ¿Hablar de libertad de expresión cuando hay infinidad de analfabetos funcionales y bastantes reales? ¿Hablar de bienestar cuando gran cantidad de personas están sumidas en la más mísera pobreza?

¿Hablar de ciudadanía universal cuando multitud de humanos vagan por campos de nadie sin un hogar? ¿Tiene sentido hablar de democracia cuando cerca de nosotros se juega al escondite con ella? ¿Estamos llegando a una tiranía de la democracia por uso interesado de la misma?

Remato estas líneas, llenas de buenas intenciones, con palabras de Eleanor Roosevelt pronunciadas en 1948: “En definitiva, ¿dónde empiezan los derechos universales? En pequeños lugares, cerca de casa; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en ningún mapa (…). Si esos derechos no significan nada en estos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte. Sin una acción ciudadana coordinada para defenderlos en nuestro entorno, nuestra voluntad de progreso en el resto del mundo será en vano”.

Pregunta obligada: ¿para qué sirven los días internacionales? Para “sensibilizar, concienciar, llamar la atención, para señalar que existe un problema sin resolver. Defendamos la equidad, la justicia y la dignidad humana”.

PEPE CANTILLO