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Aureliano Sáinz | Estado Laico

Se ha tardado nada menos que cuarenta años para que un presidente del Gobierno de España que prometiera su cargo en el Palacio de la Zarzuela poniendo su mano derecha sobre la Constitución española, sin que hubiera sobre la mesa ningún crucifijo ni tampoco ninguna Biblia.



Días después, le siguieron los ministros y ministras que conforman el actual Consejo de Gobierno siguiendo el mismo criterio, es decir, prometiendo su cargo sin que aparecieran estos dos símbolos religiosos, puesto que nos encontramos ante una ceremonia civil.

La pregunta que uno se hace ante esta nueva imagen es la siguiente: ¿Nos encontramos ante un simple gesto o es el inicio de un cambio hacia lo que podría ser un Estado laico?

Por otro lado, resulta verdaderamente sorprendente que los seis presidentes anteriores, y sus correspondientes ministros, no tuvieran en cuenta que la Constitución aprobada en el año 1978, en su artículo 16.3, indicara textualmente que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”, expresión de la que se derivaba que nuestro país entraba en una democracia, tras una larga dictadura también de casi cuarenta años, por lo que el nuevo Estado era considerado aconfesional.

Entonces, si se consideraba aconfesional, vuelve uno a preguntarse: ¿Por qué se incluían con toda solemnidad símbolos religiosos en un acto tan relevante? ¿No era un modo de indicar que este país seguía manteniendo, de alguna manera, la mayor parte de los privilegios de la Iglesia católica que tanto le había beneficiado en la dictadura franquista y de los que no deseaba ni desea desprenderse?

En una posición optimista, se puede interpretar que el gesto inicial de Pedro Sánchez es mucho más que un gesto simbólico y que representa el inicio hacia un estado laico, término recogido en muchas de las constituciones de diferentes países democráticos.

De todos modos, incluso en estos países llevar a la práctica la separación entre la Iglesia y el Estado es bastante complicada, puesto que los intereses de las distintas confesiones religiosas (dependiendo del país del que se esté hablando) hacen muy difícil llevar a cabo la neutralidad que se exige, de modo que sean respetadas en igualdad de condiciones todas las creencias, sean o no religiosas.

Puesto que habrá quien se pregunte en qué consiste el carácter laico de un Estado, quisiera apoyarme en algunos clarificadores párrafos del escritor de pensamiento liberal Mario Vargas Llosa, extraídos de su libro de ensayos La civilización del espectáculo y que inicialmente publicó en la editorial Alfaguara en el año 2012.

“Requisito primero e irrevocable de una sociedad democrática es el carácter laico del Estado, su total independencia frente a las instituciones eclesiásticas, única manera que tiene de garantizar la vigencia del interés común sobre los intereses particulares, y la libertad absoluta de creencias y prácticas religiosas a los ciudadanos sin privilegios ni discriminaciones de ningún orden”.

Comparto la idea de Vargas Llosa en el sentido de que para que haya una verdadera democracia es necesario que el Estado sea verdaderamente laico, cosa que actualmente no sucede en nuestro país, pues los privilegios de la Iglesia católica son inmensos. Basta decir que, según Europa Laica, la cantidad global anual que recibe la Iglesia del Estado, por distintas consideraciones, ronda los once mil millones de euros.

Siguiendo al autor hispano-peruano sobre el valor del laicismo, más adelante y en el mismo capítulo del libro, podemos leer.

“Una de las grandes conquistas de la modernidad, en la que Francia estuvo a la vanguardia de la civilización y sirvió de modelo a las demás sociedades democráticas del mundo entero, fue el laicismo. Cuando en el siglo XIX, se estableció allí la escuela pública laica se dio un paso formidable hacia la creación de una sociedad abierta, estimulante para la investigación científica y la creatividad artística, para la coexistencia plural de ideas, sistemas filosóficos, corrientes estéticas, desarrollo del espíritu crítico, y también, cómo no, de un espiritualismo profundo”.

Cierto que Francia fue el primer país del mundo que se declaró laico, por lo que los franceses, en su mayoría, han asimilado el laicismo como una de sus señas de identidad. Otros siguieron el modelo francés declarándose constitucionalmente laicos; España, sin embargo, se quedó a medio camino con el término de “aconfesional”, como hemos podido comprobar a lo largo de los años, en los que la fusión entre lo público y lo privado en el ámbito religioso está a la orden del día.

Acudo a otras dos frases extraídas de La civilización del espectáculo dado que ilustra bien lo que significa una escuela pública laica, que en nuestro país no existe, al tiempo que conviene prevenirse de los prejuicios con los que se ha cargado interesadamente los términos “laicismo” y “laico”.

“Es un gran error creer que un Estado neutral en materia religiosa y una escuela pública laica atentan contra la supervivencia de la religión en la sociedad civil” y “Un Estado laico no es un enemigo de la religión; es un Estado que, para salvaguardar la libertad de los ciudadanos, ha desviado la práctica religiosa de la esfera pública al ámbito que le corresponde, que es el de la vida privada”.

Cierro este breve recorrido por las citas de Vargas Llosa con otra reflexión en defensa de la libertad de pensamiento que me parece pertinente, pues todavía declararse no creyente, agnóstico o ateo en nuestro país es recibido con recelo, menosprecio o con la acusación de persona que ataca los valores religiosos.

“Cuando la religión y el Estado se confunden, irremisiblemente desaparece la libertad; por el contrario, cuando se mantienen separados, tiende de manera gradual e inevitable a democratizarse, es decir, que cada iglesia aprende a coexistir con otras iglesias y otras maneras de creer, y a tolerar a los agnósticos y a los ateos”.

Vuelvo a la pregunta inicial con la que comenzaba este artículo: ¿El acto de Pedro Sánchez, junto al de sus ministros y ministras, es solo un gesto de cara a la galería o el inicio de que verdaderamente el nuevo Gobierno se tomará en serio la neutralidad del Estado en materia de creencias religiosas?

AURELIANO SÁINZ