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María Jesús Sánchez | Siglo XIX

He de reconocer que yo también he entrado en el mundo del “todo es malo”. La televisión continuamente nos alerta sobre la carne, el pescado, los cereales, el agua... Y si una es aprensiva como yo, va acumulando información negativa y llega un momento en el que te pones enferma, pero no por lo que comes, sino por creer que te va a sentar mal.



Después de escuchar las voces apocalípticas, parece que la única solución es comprarse un terrenito y esperar a que sea considerado digno de la agricultura ecológica, y sembrar y recoger tu propia comida. Amén de encontrar animalitos que no hayan tenido contactos con vacunas y hormonas y a los que debería matar yo.

Vegana no me voy a volver: tengo claro que solo soy una pieza más en la cadena alimentaria y, el día que me muera, habrá otros bichitos que me coman a mí. Menos mal que, a veces, chilla la voz inteligente de mi cabeza y, tras darme una guantada en la nuca, me recuerda la suerte que tengo de vivir en el siglo XXI, por las vacunas, los medicamentos, los hospitales y la agricultura extensiva e intensiva, así como por la carne y el pescado, ya sean salvajes o no.

¿Qué ocurriría si tomáramos una máquina del tiempo y apareciéramos en el siglo XIX? Veríamos la gran diferencia que hay entre poner el palito del uno delante de la X o ponerlo detrás… Cualquiera de nuestros antepasados de esa época no duraría ni un momento en cambiarse por nosotros, sin pensarlo dos veces.

Con una esperanza de vida que rondaba los 30 años, con muertes masivas infantiles por cualquier resfriado, con gente que sufría de dolor sin ninguna medicina que le consolara, con una de las peores enfermedades que puede sentir el hombre: el hambre. Para la gran masa de la población, la carne era un lujo inalcanzable, incluso para los ganaderos, que criaban para vender. Veían pasar el jamón por delante, sin poder pegarle ni un bocado.

Hijos que venían enviados por algún dios que no sufría su falta de alimentos y de protección. Niños trabajando como esclavos –desgraciadamente, esto sigue aún ocurriendo en muchos países–, con un trozo de pan duro y un poco de agua sucia para beber. Así que se callen ya las voces que solo quieren aterrorizarnos y vivan las vacunas, la agricultura con pesticidas y los animales tratados.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ