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María Jesús Sánchez | Voluntarios

Hay un latido que vive debajo de todo esto. No es fácil sentirlo, no grita, se mueve en silencio, no sale en las fotos, no forma parte de la ola gigante de crispación que baña todos los noticiarios. Cuando todos pensamos que esto no tiene remedio, que el planeta agoniza, que los humanos son más salvajes que las fieras de la jungla, cuando cuesta respirar y levantarse, cuando cuesta mirar más allá de los negros tubos de escape, si se agudizan bien los sentidos y se deja ver y oír, entonces lo sientes.



Sientes miles de corazones que han dejado de mirarse el ombligo , de quejarse de la oscuridad y han decidido que la soledad triste solo existe si uno quiere. Cada uno ha tomado una dirección, ocupa un lugar, son de diferentes colores pero todos ellos están unidos por la humanidad compartida.

A todos ellos les mueve la empatía, el ponerse en el lugar del otro, el imaginarse lo mal que se pasa cuando uno está enfermo, mayor o solo, o en una situación de exclusión social. Todos estos corazones han tejido una red que, aunque invisible, es la que soporta la vida, la que hace que todo esto no se hunda y no pare de moverse.

Han comprendido que compartir es vivir para siempre. Rascan horas de sus días, aunque estos estén llenos de de cosas, y dedican un tiempo para estar con el otro, para escucharlo o para ayudarse mutuamente. El que da el corazón recibe no solo la gratitud el otro sino también el regalo de sentir su corazón generoso que palpita y sigue vivo. Y de sentir el amor.

El amor nos salva del estrés, de las vidas grises, de los pensamientos oscuros. Salir de uno mismo para ver al otro nos da una perspectiva de nuestros problemas. Nos conecta con otras realidades y, la mayoría de las veces, desgraciadamente, peores que las nuestras.

El calor de la generosidad y de las sonrisas nos transporta al mundo de la infancia, cuando cualquier niño podía ser nuestro amigo. Cuando todos éramos iguales y la vida era un juego eterno. Los voluntarios son niños en cuerpos de hombres y mujeres que han vuelto a sentir que se puede compartir y jugar con todos. Menos mal que existen...

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ