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Daniel Guerrero | Profesionales de la aflicción

En nuestra sociedad, la sociedad occidental capitalista hecha para el consumo, cualquier iniciativa u obra ha de ser rentable, brindar beneficios. Todo producto, manufacturado o no, ya sea un bien o un servicio, ha de perseguir el lucro o, cuando menos, la “sostenibilidad” para que sea viable. Desde un bolígrafo, una patata, un antibiótico, un abrigo, una composición musical o un museo, todos están sometidos a esta ley de la rentabilidad, a la economía de mercado.



Y una de las estrategias publicitarias para que cualquier elaboración humana llegue a las masas de consumidores es el espectáculo, es decir, provocar la expectación y convertir en atrayente lo que se ofrece para hacer que el consumidor adquiera un producto mediante un impulso emocional más que por una estricta necesidad racionalizada.

Es por ello que Guy Debord definió nuestra era, en 1967, como la civilización del espectáculo, en la que lo que predomina es el entretenimiento, la diversión y el “aligeramiento” cultural. Toda acción o iniciativa que surja en una sociedad espectacularizada debe tender hacia ese objetivo de distracción, de representación que privilegia la imagen sobre la idea, lo frívolo sobre grave y la banalidad sobre lo serio, ya que sólo así, empobreciendo el pensamiento, puede la gente, creyendo divertirse, seguir comportándose como un consumidor obsesivo de mercancías innecesarias, un consumidor de ilusiones.

No es casual, por ejemplo, que los programas de más audiencia sean los de cocina o de moda, sin citar los dedicados a una actualidad de cotilleos e intrigas del corazón. Y que la prensa de mayor difusión sea la deportiva.

Nada escapa al mercado y sus dictados lucrativos. Hasta el dolor, el sufrimiento y las desgracias son susceptibles de la espectacularización en nuestra sociedad de consumo. Máxime si el hecho se convierte en noticia que, por definición, ha de interesar a la opinión pública y, mejor aún, ha de conmoverla para captar su interés durante todo el tiempo posible.

Pero una cosa es que cierto periodismo, desgraciadamente el más común, estire la notoriedad de cualquier noticia durante días –echando mano incluso del morbo en asuntos luctuosos y tratando como noticia detalles o cuestiones que nada añaden al hecho en sí, con tal de ganar lectores e incrementar las ventas– y otra que personas que se vieron envueltas en los acontecimientos los utilicen para mantener la estima social, obtener beneficios laborales o económicos y hasta para erigirse en guías anímicas, legales y mediáticas de otras víctimas de sucesos semejantes, ejerciendo de verdaderos “profesionales” de la aflicción. Esta es, exactamente, la impresión que causa el padre de Mariluz desde hace años.

Juan José Cortés, padre de esa niña de cinco años que un pederasta secuestró y asesinó, tras intentar abusar de ella en 2008, no ha dejado de luchar para que se mantenga la prisión permanente para esta clase de delitos y de estar presente en todos los casos de la misma naturaleza que posteriormente han acontecido en nuestro país. Una actitud comprensible aun cuando la justicia apresó, juzgó y castigó al asesino de su hija.

Es comprensible, también, que esa lucha para que no se derogue la pena de prisión permanente revisable le acerque ideológicamente al Partido Popular, alineándose con él en esta materia y recibiendo de él el apoyo necesario para ampliar su mensaje a la opinión pública.

Pero lo que resulta menos comprensible es que este vendedor ambulante, a quien un asesino le arrebató a una hija, haga carrera política de su dolor y desgracia. No se cuestiona que comparta un ideario, sino que la politización de las víctimas le permita acceder a puestos de asesor y personal de confianza para problemas de exclusión social en instituciones públicas, como el que ocupó en el Ayuntamiento de Sevilla, contratado bajo el mandato de Juan Ignacio Zoido, alcalde del PP, demostrando, de esta manera, una simbiosis oportunista con un partido en la que ambos persiguen réditos a costa del repudio de la población a estos actos execrables.

O que le posibilite, finalmente, materializar su entrada oficial en la política de la mano de ese mismo partido, en cuya última convención participó activamente, con el encargo de trabajar en la no derogación de la Ley de Prisión Permanente Revisable y en la Ley del Menor, como si fuera un experto en Derecho Penal, según informa El Cierre Digital.

Tampoco se critica la obsesión mediática de Juan José Cortés por mantener la expectación popular sobre esta clase de crímenes, presentándose personalmente junto a familiares de Diana Quer, Gabriel Cruz o Laura Luelma –una joven, un niño y una profesora víctimas de asesinos machistas y de una madrastra también asesina– como si fuera un psicólogo más de los que prestan socorro psíquico a las familias que sufren este tipo de desgracia.

Pero que no deje pasar la ocasión para aparecer públicamente al lado de los padres de un niño que accidentalmente cayó por el agujero de una perforación de agua mal tapada en Málaga, pone en evidencia, no su solidaridad ante la tragedia, sino su interés por la espectacularización de un hecho luctuoso, fortuito y del que presuntamente nadie tiene culpa directa.

Demuestra un afán desmedido por acaparar una atención que no respeta el dolor ni la conmoción de quienes padecen un golpe tan duro, sea el que sea, con el inconfesable propósito de “vender” su estatus social de “profesional” de la aflicción y, de paso, su interés en ganar la confianza ciudadana hacia una determinada opción política que le apoya.

Sólo así puede entenderse que, una persona que soportó el asesinato de su hija, se valga del espectáculo mediático de la pena, propia o ajena, para ascender en la escala social y el reconocimiento público.

Aparte de verse envuelto en un caso de tiroteo en el barrio donde vive y estar acusado de tenencia ilícita de armas y amenazas, del que salió absuelto por la oportuna confesión de un familiar que asumió la autoría de los hechos, este pastor evangelista, por su popularidad, ha podido fundar su propia Iglesia Evangélica Ministerio Juan José Cortés, gracias al ahínco en convertirse en un profesional de la aflicción. Lo ha demostrado claramente con su rápida presencia en el desgraciado accidente del niño de Málaga, haciéndonos que muchos nos hiciéramos la misma pregunta: ¿Qué hace allí este hombre? Vende su producto.

DANIEL GUERRERO