Ir al contenido principal

Jes Jiménez | Piedras

Las piedras están tan asociadas a la cultura que los dos más largos periodos de la historia de la humanidad son designados en función de las tecnologías líticas de cada periodo: Paleo-lítico y Neo-lítico. Nada menos que hace 500.000 años ya se utilizaban lascas de piedra por nuestros primeros antecesores.



Los homínidos y las piedras han mantenido una relación intensa incluso antes de la existencia de nuestra especie: el homo sapiens. Probablemente la piedra ha tenido una importancia trascendental como herramienta en el proceso de hominización. Desde aquellos primeros chopper paleolíticos hasta la modesta sílice imprescindible para la informática y la digitalización, las piedras han sido útiles para escarbar, cortar, golpear; las grandes rocas y sus oquedades han servido como protección contra las inclemencias climáticas o contra las fieras (humanas o inhumanas) y las grandes montañas se han erigido en referencia espacial singular y en soporte de creencias e intensas vivencias espirituales.

Los seres humanos han prestado especial atención a las piedras con características especiales de color, de transparencia, de textura, de dureza (o blandura), de brillo, capacidad para hacer fuego u otras. Estas piedras pueden ser utilizadas como adornos o pueden coleccionarse.

Otras piedras pueden tener un uso instrumental para el trabajo recolector o para la caza: lascas, hachas, raederas, son útiles y por la importancia de su utilidad pueden adquirir un valor simbólico, valor que puede subrayarse y enriquecerse cuando se le añaden incisiones o pinturas decorativas.



Y, además, hay piedras pequeñas o grandes, incluso montañas que pueden sugerir por su forma, la figura de animales, personas o plantas, y entonces adquieren un especial valor ya que “representan” a otros objetos, o a propiedades singulares de los mismos.

Con diversos nombres –piedras para ver, piedras artísticas, piedras objeto…– las piedras singulares han sido apreciadas, coleccionadas, admiradas, incluso veneradas. Posiblemente ya los Neandertales coleccionaban conchas y piedras singulares. Y los homo sapiens supieron encontrar (quizás porque lo buscaron) ciervos y bisontes en los resaltes de las paredes de la caverna.

Los (o las) suiseki japoneses son piedras encontradas en la naturaleza y que son susceptibles de sugerir paisajes (montañas, islas, costas, cascadas, lagunas, grutas), objetos (casas, puentes, barcas), personas, animales (tortugas, pájaros, ranas) y/o sentimientos concretos.

En la China de la dinastía Han (hace más de 2200 años) algunos hombres sabios ya utilizaron grandes piedras-paisaje en sus jardines; su objetivo no era simplemente decorativo, estas piedras representaban en miniatura las islas de los inmortales (Penglai).

Gongshi in Wenmiao temple, ShanghaiEl arte del bonsái surgió como necesario complemento de las piedras paisaje para la creación de Penjing, verdaderos paisajes en miniatura. El siguiente paso fue seleccionar piedras más pequeñas (gongshi) adecuadas para su uso en el interior de las viviendas, donde eran contempladas y utilizadas como soporte para la meditación.

Las antiguas civilizaciones coreanas de Kokuria y Baekje importaron de China, junto con el taoísmo, las gongshi, hace unos 2100 años. Allí se conocen con el nombre de Suseok. “Su” significa “longevidad” y “seok” significa “piedra”, por lo tanto, suseok significa piedra de larga vida o, menos literalmente, “piedra con forma inmutable”.

Se exhiben bien en soportes especiales de cerámica llenos de arena o agua (suban), o bien en soportes de madera cuidadosamente tallada (daiza). A diferencia de los suiseki japoneses, los suseok coreanos no admiten ningún tipo de modificación sobre la piedra original. Un auténtico suiseki japonés debe haber sido formado exclusivamente por fuerzas de la Naturaleza, pero se admite algún tipo de intervención mínima que ayude a distinguir algunos detalles.

Hace unos 1400 años llegaron a Japón los primeros Penjing y gongshi desde la corte imperial china. Estas piedras verticales, que representaban las impresionantes montañas y acantilados de China, se hicieron populares entre la aristocracia japonesa durante cientos de años.

En Japón se desarrolló un arte singular denominado suiseki –literalmente, “piedra” (seki) y “agua” (sui)–. Probablemente, este nombre tiene que ver con la filosofía china del yin-yang. Para los creyentes en el yin-yang (in-yo en japonés), una piedra con un paisaje en miniatura sobre el agua simbolizaba las dos fuerzas universales del universo: la piedra representaba las características yang (dureza, solidez, lo implacable, lo seco, lo caliente, lo brillante, lo fuerte, el carácter, y lo penetrante), mientras que el agua representaba las características yin (lo suave, el vacío, lo que cede, lo húmedo, lo frío, lo oscuro, lo misterioso, lo débil, lo pasivo, lo delicado, lo sensible y lo receptivo).

Suseok Pintura que representa a un sabio frente a un suseok by Hô Ryôn, 1885 Para los sintoístas, las piedras especialmente configuradas por la naturaleza (así como otros elementos, como el sol, la luna o los árboles singulares) eran la morada de dioses o poderosas fuerzas espirituales (kami). Para los taoístas, las piedras simbolizaban el Paraíso (Horai).

Y para los budistas, las piedras simbolizaban el Monte Shumi, una mítica montaña sagrada que se creía situada en el centro del mundo. Con la influencia del budismo Zen, el suiseki más apreciado era el más sutil frente al más obvio en su figuración, en consonancia con las enseñanzas del budismo respecto a la austeridad y la meditación.

El suiseki clásico se caracteriza por tres propiedades básicas: la expresividad es esencial para distinguir el suiseki de calidad y se materializa en su capacidad de evocación, ya sea de una escena, de animales, etcétera. El color, que por una parte sugiere la luminosidad de los objetos representados y, por otra, puede ser portador de un valor simbólico. El equilibrio generado por la relación dinámica y armoniosa entre sus componentes opuestos y/o complementarios: cóncavo/convexo, textura suave /áspera, amplitud/estrechez, claridad/oscuridad, etcétera.

Existe una cuarta característica, el yugen, importante concepto de la estética japonesa aplicado inicialmente a la poesía waka y, más tarde, al teatro Noh por su fundador, Zeami Motokiyo, que usaba imágenes de la naturaleza como una metáfora constante y el yugen subraya el sentido misterioso y profundo de la belleza del universo.

La clasificación de suiseki se hace en función de diversas pautas: por su aspecto formal, por su color, por su origen geográfico. En cuanto a su interpretación está en gran parte determinada (o ayudada) por la palabra, por el nombre con que se designa el suiseki.

El recolector o coleccionista intenta traducir a palabras su percepción del suiseki que, evidentemente, no es una percepción verbal. De esta manera, el nombre dado al suiseki contribuye a concretar lo que vemos en la piedra, a simplificar la compleja experiencia no solo visual, sino también táctil y espiritual que supone la relación profunda con el suiseki.

JES JIMÉNEZ