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Pepe Cantillo | Conocer a las personas por sus actos

Dicen que “se conoce a la pareja en el divorcio; a los hermanos, en la herencia; a los hijos, en la vejez y a los amigos, en las dificultades". Y añado yo: "y a los imbéciles, en el día a día". Frases, unas agrias, acidas, hirientes, mordaces, ofensivas o agresivas y otras reales. De todas las citadas solo me ocuparé de algunas de ellas.


Estas lacónicas referencias al modo de actuar de cada uno de nosotros son llamativas y creo que explicitan bastante bien cómo podemos ser o mejor, cómo somos cada cual según el comportamiento que frente a los demás manifestamos en nuestro diario deambular por la vida. Doy un breve repaso por algunos de ellos.

“Se conoce a los hermanos en la herencia y a los hijos, en la vejez”. Vamos por partes. Muchos hijos se pelean por la herencia de sus padres, pero ninguno, por lo general, se pelea para cuidarlos cuando están enfermos. Digámoslo de otra manera más fina y elegante: cada uno buscará una razón lo más poderosa posible para evadirse de dichas circunstancias. En última instancia dirán que ellos también tienen su vida.

¿Tan mal veo el asunto? El tema es bastante agrio, áspero y, desde luego, desabrido. La etapa vírica ha dado algunos ejemplos dejando que la ¿obligada? soledad invadiera el convivir. De entrada, cualquiera de los herederos tiene su punto de vista y arguye sus razones ante tal comportamiento. Mientras tanto, la clausura cubre de telarañas la compañía. Paso al repartimiento que aparece como más evidente.

Entendemos por herencia al “conjunto de bienes, derechos y obligaciones que, al morir alguien, son transmisibles a sus herederos o a sus legatarios”. En el tema de herencia el refranero es abundante. “Si quieres con tu familia reñir, echa algo a repartir”. El origen de este refrán es posible que sea tan antiguo como los humanos. ¿Exagero? Puede ser.

Otros refranes que dejan claro el tema. “Quien a heredar aspira, larga soga estira”. Da a entender que la herencia es motivo de riña y descontento entre hermanos. “Al heredar con un ojo reír y con otro llorar”. “Las lágrimas de quien hereda, son risas encubiertas”. Recibir herencia de un familiar, de los padres, es algo que se espera y puede satisfacer tanto deseos como esperanzas. ¿Alegrías? A veces sí, otras no. Como dice el refrán, reír y llorar pueden ir juntos. ¿Llanto por la pérdida del ser querido? Sería lo normal.

Cuando decimos que alguien “derrama lágrimas de cocodrilo” nos referimos a que finge dolor o tristeza. Se dice que Plutarco comparó a alguien que lloraba por haber matado a otra persona con los cocodrilos, que lloran mientras se comen la presa. Aunque, en realidad, el cocodrilo no llora: solo se le escurre el agua por la cabeza.

Es cierto que entre hermanos siempre hay alguno más pendenciero y más egoísta. Es “propenso a riñas o pendencias” o, si suena mejor, le llamaremos "quisquilloso" a la hora de ver la situación hereditaria. El desacuerdo ya lo citan los diversos refranes.

Como el asunto se juega a dos partes, dejemos una referencia a quien repartió los bienes que se van a heredar –por lo normal, los padres–. El refrán tampoco los exime demasiado. “El que deja una herencia, deja pendencia” (“contienda, riña de palabras o de obras”). Las razones, en este caso, van a favor o en contra de uno u otro miembro de la familia. Las leyes eran concretas dando prioridad a la primogenitura (“dignidad, prerrogativa o derecho del primogénito”), cuestión que se transformó durante el siglo XIX.

Quisiera terminar este supuesto embrollo –es decir, esta “situación embarazosa, conflicto del cual no se sabe cómo salir”– y, para ello, solo se me ocurre una frase lapidaria cargada de integridad moral: “Ninguna herencia es tan rica como la honestidad”. El carnet de identidad de una persona moral está en sus acciones, no en sus palabras.

La voz "herencia" es bastante amplia y hace referencia a distintas manifestaciones que cada sujeto puede haber recibido de sus mayores. En sentido amplio, “recibir rasgos o caracteres de los progenitores” es una forma de herencia que llamaremos, como mínimo, "biológica" o, si lo prefieren, "psicobiológica", ya que de los padres recibimos características tanto físicas como psicológicas.

Una de las definiciones de herencia que ofrece el diccionario y, personalmente me gusta, es la siguiente: “rasgo o rasgos morales, científicos, ideológicos, etc., que, habiendo caracterizado a alguien, continúan advirtiéndose en sus descendientes o continuadores”. Al decantarme por esta explicación no estoy despreciando la herencia material.

Otra frase dice que "se conoce a los amigos en las dificultades". Finalizo estas líneas con el sabor de fondo de la amistad, uno de los valores que más enaltecen a la persona.

Decir “amigo” es derramar sonrisas entretejidas con la dulzura del trato; decir “amigo” es dilucidar en un alarde de comprensión sobre lo humano y lo divino sin masacrar el pensamiento del otro; decir “amigo” es compartir confidencias que serán guardadas en el cofre del olvido consciente para no traicionar la confianza; decir “amigo” es pedir ayuda en momentos difíciles o simplemente especiales. He dicho "pedir" cuando, la verdad, es que el amigo está a las que “caen”, sin necesidad de pedirle nada.

¡Qué digo! El amigo sabe cuándo y cómo ofrecer su persona para que el momento crítico del amigo, sea del amargor que sea, pueda compartirse entre ambos. Decir “amigo” es acompañarse en la alegría y en el dolor que mancha la cama de un hospital, abriendo un agujero a la cita con la muerte; decir “amigo” es exclamar: “compañero, ¿dónde estás? Acércame tu mano”.

El amigo nos quiere tal como somos, lo cual no quita que, ante posibles errores, intente ayudarnos a corregirlos partiendo de una aceptación personal. Quien no reconoce sus posibles fallos no los eliminará. “La valía de la amistad reside en valorar al amigo sin sacrificarlo ni por las ideas, ni a las ideas por el amigo”.

Porque la amistad es una flor regenerada día a día por el roce que emana empapado de cariño. La amistad se abre al sol cada mañana y cuando se va de este mundo rebrota desde las cenizas de los recuerdos. Una persona buena hace el bien porque le germina desde lo profundo del corazón, porque desea repartir cariño y sembrar bondad.

“Quien tiene un amigo tiene un tesoro”, dice el refrán. Personas conocidas, cercanas… podemos tener muchas y buenas, pero cuando nos referimos a auténticos amigos el número disminuye hasta el punto que se pueden contar con los dedos de una mano y nos sobran dedos. Ciertamente hay que estar abiertos y dispuestos para cultivar una amistad.

Cierro estas líneas con un recuerdo especial a Tomás, una persona buena que perdimos hace ya casi un año. A ambos nos unió el vínculo de la amistad que pervivirá en el recuerdo hasta la eternidad.

PEPE CANTILLO