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Aureliano Sáinz | Almudena, una niña con TEA

De entrada, para quienes no conozcan el significado de TEA, quisiera indicar que ese acrónimo, o término que se obtiene a partir de unión de las iniciales de varias palabras, responde a las de Trastorno del Espectro Autista, que es la denominación correcta que se suele emplear cuando niños o niñas presentan manifestaciones de autismo, discapacidad que da lugar a que se encuentren centrados en sí mismos y distanciados del mundo exterior que los rodea.


Tengo que indicar que, en la actualidad, y dentro del ámbito educativo público, los escolares que presentan alguna discapacidad física o psíquica se encuentran integrados en las aulas con el resto de sus compañeros, al tiempo que, durante unas determinadas horas semanales, reciben la atención y el seguimiento de docentes que trabajan como tutores en las denominadas ‘aulas de integración’ para que avancen en sus necesidades específicas de aprendizajes.

Esto ha supuesto un importante avance, puesto que los centros destinados exclusivamente a los escolares con determinadas discapacidades implicaban que se les separaba del resto de niños y niñas de sus edades. Se puede entender que de este modo reciban mejor atención; sin embargo, presenta el problema que conllevaba el distanciamiento del resto, al tiempo que se genera en ellos un sentimiento de segregación al verse como personas distintas a las otras.

No es necesario que indique que madres y padres que tienen un hijo o una hija con una discapacidad saben que es necesario volcarse en ellos, a pesar del significativo progreso que ha supuesto el que sean considerados con igualdad de derechos y no verse segregados ni rechazados por la sociedad, tal como acontecía en épocas pretéritas.

Sobre el autismo hay mucho que aprender, ya que desconocemos sus orígenes, aunque sus manifestaciones, tal como he indicado, son las de escasa capacidad de comunicación e interacción con los demás, por lo que niños y niñas con TEA, en gran medida, se encuentran en ‘su propio mundo’ al que es difícil penetrar por parte de los demás.

Sin embargo, un modo de acceder a ellos es a través de sus dibujos, dado que cuando los realizan se encuentran aislados del resto mientras plasman gráficamente sus imágenes mentales. Para comprender esto, hemos de saber que, según la estadounidense Temple Grandin, los autistas piensan inicialmente con imágenes, para, posteriormente, trasladar sus significados a palabras.

Esto lo expresa una mujer a la que a los dos años se le diagnosticó una ‘lesión cerebral’, aunque más tarde se comprobó que era autismo. Lo sorprendente de su vida es que no solo se licenció en Biología, sino que llegó a alcanzar el grado de Doctora en ciencia animal por la Universidad de Illinois, centro en el que actualmente es profesora. A nosotros nos ha llegado un magnífico libro suyo titulado Pensar con imágenes. Mi vida con el autismo, cuya lectura me impresionó por el coraje y la sinceridad de sus palabras.

Pero para llegar al sorprendente nivel que alcanzó Temple Grandin fueron necesarios una dedicación y un empeño exhaustivos de su madre para potenciar sus habilidades motrices y sus facultades intelectuales con el fin de que no quedara relegada en este mundo tan difícil para la mayoría; y que para las minorías es casi como escalar el Everest.


Esto es, en cierto modo, lo que acontece con Almudena, una niña de diez años (cuando escribo esto está a punto de cumplir los once), ya que tiene unos magníficos padres que se vuelcan en que su hija avance, desarrolle sus capacidades y sea lo más dichosa posible dentro de las grandes dificultades que tienen que afrontar por presentar autismo.

Como datos, indicaré que a la madre de Almudena la tuve como alumna hace pocos años en la Facultad y en la especialidad de Educación Infantil. No le importaba estar con gente mucho más joven que ella, pues, imagino, que tenía el reto por delante de formarse en un doble sentido: por un lado, en el personal y, por otro, en capacitarse para poder comprender y ayudar a sus dos hijas, especialmente a Almudena, la mayor de ambas.

De igual modo, he llegado a conocer a su padre hace unos meses. Lo suelo ver con más frecuencia, por lo que charlo con él en su lugar de trabajo y, aunque no pueden ser muy largas las conversaciones, me explica el mundo de su hija y los avances que va teniendo.


De este modo, sé que una de las actividades que más le gusta a Almudena es dibujar y pintar, capacidad que ellos fomentan y que la niña se entrega a ella con gran entusiasmo.

Dentro de sus temas preferidos se encuentra el mundo de los pequeños animales (ratones, ardillas, pájaros…) todos ellos con carácter animista y muy cercanos a los que vemos en los dibujos animados. Son versiones personales que ella imagina de ese conjunto de imágenes con los que ahora la infancia está rodeada, sea en los cuentos ilustrados o en los programas de cine o televisión.

Así, en el dibujo que he seleccionado para la portada, vemos que ha plasmado un pajarillo que está tocando un instrumento de cuerda, junto a unas arcadas que recuerdan a las de la Mezquita de Córdoba, teniendo como fondo las siluetas de unos castillos.

Pero donde ella se expresa con más entusiasmo es en los dibujos que realiza de distintos pintores. Según me manifiesta su padre, ellos le proporcionan la lámina y Almudena acude a crear un pintor o una pintora a partir de sus animalillos y, una vez que traza el lienzo con el caballete, en su interior interpreta la composición que ha visto previamente.

Con el fin de que comprendamos su imaginación y sus capacidades gráficas, he incorporado las interpretaciones que ha realizado de Joan Miró, Piet Mondrian, Claude Monet y Gustav Klimt. De todos ellos, según me indica su padre, su preferido es Monet, quizás porque el pintor francés, dentro de su línea impresionista, se decantaba por la naturaleza, las plantas y las flores, que, imagino, la niña los siente como más próximos a su mundo.

Para cerrar, quisiera añadir que todos los seres humanos tenemos diversas capacidades. No nos dividimos en ‘normales’ y discapacitados, y que insistir en las carencias, incluso las más significativas, no deja de ser una manera de crearles más barreras a quienes necesitan un apoyo especial por parte de una sociedad que debe integrarlos, no solo en la infancia y la adolescencia, sino también cuando son adultos en el ámbito laboral, ya que es aquí donde encuentran verdaderos obstáculos para sentirse como personas que son verdaderamente útiles.

AURELIANO SÁINZ
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