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Rafael Soto | El temazo de los ‘sin cama’

Hay muchas formas de clasificar a las personas. Hay personas que viven en un hogar estable sin necesidad, obligación o voluntad de trasladarse cada cierto tiempo. En cierto modo, los envidiosos suelen ser aquellos que no viven la aventura de la movilidad. Muchos desearían despertar en camas ajenas o en camas propias, ubicadas lejos de la residencia habitual. También desearían tener un trabajo que los obligara a moverse con los gastos pagados o viajar por placer más a menudo.


Después, están los obligados a moverse, que requieren su propia clasificación. Sin embargo, con lo que no suelen contar los sedentarios es que también pueden ser objetos de envidia.

Aquellos para los que la movilidad es una realidad impuesta o necesaria, la sensación es la misma. Despiertas o te despiertan, abres los ojos y miras el techo. Se produce un instante de desorientación, un fogonazo mental tan breve como intensa. Los techos suelen ser blancos, lisos y sin peculiaridades evidentes. Sientes un instante de miedo. No sabes dónde estás.

Sin embargo, salvo problema de salud mental o acción mafiosa, al final acabas ubicándote. Sabes que estás en casa de fulanito o fulanita, en el hotel que haya tocado, en la ciudad que no hay quien entienda, en el país de la bandera hortera. Da igual. Al final, te acabas ubicando. Y es en ese preciso instante donde actúan la circunstancia y el carácter.

Una opción, como otra cualquiera, es mirar el techo en penumbras y, si estás acompañado, echar un vistazo rápido –o no tanto– a quien comparte tus sábanas. Puedes aguzar los sentidos. El olfato pide su protagonismo, aunque resulte fugaz. Te haces consciente del tacto de esa piel, tan extraña como propia a la vez. Y, si estás solo, puedes mirar a los lados. Comprobar si hay quien te aguarda en la vigilia o si, más bien, despiertas en la soledad del cubículo.

Hideaki Anno conocía esta sensación. Quizá, por ello, el protagonista de su serie Neon Genesis Evangelion (1995), Shinji Ikari, tiende a mirar los techos después de varios cambios de residencia u hospital. Siempre hay penumbra y solo, en ocasiones, tras ese terrible fogonazo de desorientación, encuentra una figura materna velando por su seguridad.

Sin embargo, hay otra forma más común de dividir a las personas: entre las que tienen una cama y las que no. Según el Instituto Nacional de Estadística, España cuenta con más de 47 millones de habitantes. Hay quien dice que hay más de treinta mil personas sin hogar, mientras otros dicen que superan los cincuenta mil. Nunca me he creído estas cuentas, las diera el Gobierno, Cáritas o el que sea. Siempre he pensado que hay muchas más personas sin cama, propia o ajena.

Estas personas también viven ese fogonazo de desorientación. En su caso, la causa no es el cambio de cama, sino su naturaleza errante. Quizá, según el caso, hasta peregrina. Para unos, la sensación de que han aguantado una noche más. Para otros, que ya les queda una menos, aunque no está claro para qué.

Sería deseable que la calle desintegrara, pero no es el caso. La calle quema y destroza con lentitud. Lleva a quien puede a degradarse o aceptar lo inaceptable y, a quien no, a la resignación al abandono y la insignificancia. Quizá, hasta al estigma.

Vivimos una crisis económica que nunca se ha terminado de ir, una pandemia y, ahora, una inflación –la declaración de estanflación vendrá cuando los medios de comunicación afines a la oposición lo tengan a bien– que se está llevando por delante a familias enteras. Personas que, en ese fogonazo cruel, aspiran a despertar seguros, acompañados y cobijados bajo un techo, y no sobre el suelo de granito o mármol del cajero de un banco.

En medio de una crisis energética que promete seguir subiéndonos la factura de luz, con Vladimir Putin acariciando amenazante la llave del gas y con el gas argelino limitado, cabe plantearse cómo vamos a pasar el invierno los que tenemos cama propia y los que no.

Quizá, algún día, la cuestión de las personas sin hogar y de los que están al borde de serlo se convierta en uno de los “temazos” progresistas. Aunque quizá haya que esperar a las elecciones generales de 2022. Porque hay otra clasificación de personas, las que creen que habrá adelanto electoral en 2022 y las que no. Espero que todos mantengamos nuestras camas para entonces, pase lo que pase. Y que no tengamos que pagar impuestos adicionales por ello.

Haereticus dixit.

RAFAEL SOTO