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Moi Palmero | Ninguna guerra es civilizada

Mientras nuestros niños cantan “sea por Andalucía libre, España y la Humanidad”, y desayunan pan con tomate tras la izada de la verdiblanca, la guerra en Ucrania cumple su primer aniversario. Mientras el presidente Sánchez se reúne con Zelensky, y se erige en representante de la UE, a la vez que apoya el plan de paz que presentó el presidente ucraniano en noviembre y le promete armamento y municiones, Belarra, socia de gobierno y ministra de Derechos Sociales, lo invita a replantear la postura de España en el conflicto, y señala que haber contribuido a la escalada bélica ha sido un error y no ayuda en nada al pueblo ucraniano.


Mientras China presenta un plan de paz para acabar con el conflicto y compra hidrocarburos a Rusia reduciendo el impacto de las sanciones económicas, Estados Unidos invierte 33.000 millones de dólares en la guerra, a través del envío de armas, el apoyo al Gobierno ucraniano y en asistencia humanitaria.

Mientras mueren civiles en el conflicto, la inflación y el precio de los alimentos se dispara en el planeta, la Asamblea General de Naciones Unidas queda dividida en esos dos bandos históricos, Oriente y Occidente, y rescatan términos como "Guerra Fría", asociados al apocalipsis nuclear que, como una amenaza, sobrevuela sobre nuestras vidas.

Mientras Putin se da un baño de masas para celebrar el Día de la Patria, Zelenski busca apoyos en el panorama internacional, las alarmas antiaéreas siguen sonando cada día en Kiev, obligando a la gente a recluirse en los sótanos, donde mascullan su rabia, su resignación, su miedo y su convencimiento de que ganarán esta batalla por la defensa de su patria y de su libertad.

Mientras nuestros periodistas se entretienen en tertulias repetitivas una y otra vez, opinando e intentando demostrar su conocimiento, objetividad e imparcialidad, en cadenas politizadas, interesadas y panfletarias que no consiguen nada más que confundirnos, dividirnos y salvaguardar su chiringuito, la periodista ucraniana Olga Tarnovska, en sus pequeñas conexiones desde un pueblo a diez kilómetros de Kiev, los pone a todos –periodistas, políticos locales, organismos internacionales y a los oyentes– en su sitio: “necesitamos armas para defendernos, no para matar rusos”; “la duda de los países nos cuesta mucha sangre ucraniana”; “defendemos ciudades, civiles, nuestra economía, nuestra naturaleza, nuestra vida”; “es una guerra existencial: solo si la ganamos existiremos”.

Las palabras de Olga son las que deberíamos escuchar, las que deberíamos comprender, porque son las de la gente de a pie, ciudadanos, como nosotros, que somos las víctimas de la guerra, del negocio de un puñado de visionarios que, en nombre de la paz, de la libertad y de sus compatriotas, mandan matar, robar, encarcelar, cortar suministros y no dudan con amenazar con el fin del mundo, desde sus despachos y palacios.

Olga nos ha contado, con un optimismo inusitado, cómo su padre de 71 años no dudó en alistarse; cómo su sobrino lucha en primera línea de fuego; cómo a ella han intentado silenciarla. Podrían haberse marchado del país, pero prefirieron quedarse, defenderse ante la injusticia, ante la tiranía, ante el capricho de una elite que maneja nuestras vidas como les viene en gana. Olga y los suyos son las verdaderas víctimas, los héroes anónimos y posiblemente los mártires de un conflicto más de la historia de la Humanidad, que demuestra, de nuevo, que carece de ella.

Y aunque al escuchar a Olga podamos apoyar el envío de armas a Ucrania, en este día que celebramos nuestro estatuto, que nos enorgullecemos de nuestros símbolos, es bueno recordar las palabras que Blas Infante, en representación de la Junta Liberalista de Andalucía, dejó para la historia, cuando José Antonio Primo de Rivera le pidió que se uniera a la Falange Española, que entre otras de sus ideas, era provocar una guerra civil si hacía falta para acabar con el Gobierno republicano: “Ninguna guerra es civilizada. Para regenerar España existen medios mejores y más humanos, pues solo por esa humanidad podrá ser salvada".

Palabras que compartimos la gran mayoría de ciudadanos; palabras que, si somos capaces de obviar siglas, son las mismas que ha defendido Belarra, que son de sentido común. La paz se consigue con el diálogo, con la mesura, sin armas sobre la mesa. Solo con otra forma de hacer política tendremos una oportunidad de cambiar el mundo injusto, desigual, y de sometimiento que hemos creado. Lástima que nos hagan creer que siempre hay alguien de quien defendernos, que la guerra es el camino hacia la paz.

MOI PALMERO