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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta El caleidoscopio [Remedios Fariñas]. Mostrar todas las entradas
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  • 23.2.23
Dicen que cada persona es un mundo. Y es verdad. Las personas, todas, tienen una historia. A veces, son historias de vida; algunas, inimaginables y otras, amables. Pero, generalmente, la vida nos pone a prueba y raro es el individuo o la individua que no tiene problemas en su vida.


Conozco a una madre a la que el marido maltrataba psicológicamente. Ella limpiaba por muchas casas para poder mantener a sus dos hijos y a su maltratador. Se divorció de él, pero siguió manteniéndolo, porque vivían bajo el mismo techo y no podía ponerle el plato de comida a sus hijos y a él, que era el padre, negárselo.

Pasaron unos años y su primer hijo se casó. El padre, por su parte, cada vez seguía más y más metido en el mundo de la droga. Y Lola vivía con su cruz y con su hijo pequeño. Pero cuando su hijo menor creció, Lola no pudo más. Ella era quien mantenía a la familia y solo recibía insultos y violencia. Así que se fueron y dejaron al maltratador en el humilde hogar familiar.

Lola seguía limpiando de casa en casa y, gracias a ello, pudo alquilar un pisito. Cuando llegó la pandemia, Lola se quedó sin trabajo y no podía pagar el miserable piso donde convivían. El hijo mayor, que ya se había ido de casa, empezó a hacer lo mismo que había visto en su padre: maltratar a su compañera. Pero ella no lo toleró y lo echó de casa.

El hijo menor, para aquel entonces, ya se había independizado, pero el mayor sí que regresó a casa de Lola que, con una enfermedad en los pulmones, se fue a trabajar a una cooperativa donde había muchísimas más personas. Pero con su mascarilla y con su miedo a poder contagiarse no tuvo más remedio que exponerse. Sin embargo, como no podía comer y pagar el alquiler, los desalojaron de la vivienda. Hoy en día, Lola vuelve a vivir con su madre. Su hijo mayor está en prisión y su hijo menor tuvo más suerte y trabaja en los albañiles cuando puede.

Estrella recogió a sus nietos. Su hijo era desde pequeño un niño complicado, visitando psicólogos y pasando de médico en médico. Cuando este niño creció, conoció a una mujer que ya había cometido actos delictivos y con ella tuvo dos hijos. Tras idas y venidas, él y sus hijos terminaron en casa de Estrella. Hoy en día se ha marchado con sus hijos de casa y su madre y su abuela no saben dónde está. Él no quiere decírselo por más que la pobre Estrella se lo ruega.

Rocío se da cuenta de que su marido de toda la vida, tras más de cuarenta años de matrimonio, ha estado haciendo una doble vida, ya que resulta que era gay. Estaba con ella mientras daba rienda suelta a sus instintos sexuales. Además, también era un maltratador psicológico. Hoy día Rocío está sola con sus demonios.

Pepe consiguió ser María. Está superenamorado de Inés. Ella lo conoce de cuando era María y no puede quererlo como él quiere. Y así es la vida: en cada ser humano hay una historia. Podemos creer que vivir es una cosa simple, pero todo el mundo tiene una vida y, aunque nos parezca que todo es paz y felicidad, nos equivocamos.

Algunas personas, como a las que me he referido anteriormente, aprenderán de sus dificultades y, como mujeres y hombres valientes, saldrán a la calle con una sonrisa en la cara. Otros, quizás la gran mayoría, vegetarán por la vida y pasarán por ella sin más. Podemos pensar que vivir es fácil pero no es lo mismo vivir que estar vivos. Aprovechemos cada momento que tiene la vida –los buenos y los malos– porque, al fin y al cabo, eso es vivir.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 21.12.22
Le contaron que una vez al año venían los Reyes Magos y, si era buena, le traían todos los regalos que su mente infantil pudiese imaginar; le dijeron que si estudiaba y se esforzaba en hacer una carrera podía hacer de su vocación su vida, que sería una buena vida, trabajando en lo que le gustaba. Y que como era una niña, tenía que jugar a cosas de niñas y no de niños: “Tú no puedes subirte a los árboles ni jugar con los niños. Debes jugar con muñecas y cocinitas”.


Más tarde, le grabaron en su imaginación de preadolescente que existía un príncipe azul que vendría a salvarla de todas sus dificultades mundanas, le haría la persona más feliz del mundo, se lo daría todo, sería para toda la vida, tendrían hijos y comerían perdices.

Ella descubrió que sus padres, a medianoche, le ponían los regalos que con su exiguo sueldo podían colocarle bajo ese árbol de Navidad. No podía creérselo, no quería aceptarlo: era tanta la ilusión y la felicidad que sentía el Día de Reyes... Además, era la primera en levantarse, con lo dormilona que era. Sus padres siguieron poniéndole los regalos bajo el árbol.

Terminó su carrera e incluso hizo un Doctorado. Pero fue inútil –bueno, hasta cierto punto–, ya que no trabajó en lo que quería porque tenía demasiada competencia y no había trabajo. Pero esta experiencia la enseñó a ser crítica con la vida y eso es lo mejor que le pudo pasar.

Pero lo más cruel fue lo del príncipe azul: porque no era un príncipe, era una princesa o una rana, vaya usted a saber... Después de toda una vida, se entera de que la rana era un simple sapo que prefirió su charca llena de lodo y miseria. Así que ella tiene que seguir viviendo y preguntándose qué le ha hecho al universo para que se comporte de esa manera con la princesa que le dijeron que era.

El patriarcado toda la vida ha funcionado así: la "media naranja"; el "no estás completa si no encuentras a tu príncipe, que es la otra media"; el amor romántico, que es para toda la vida. Y resulta que todo es una falaz mentira, una consecuencia atroz del machismo que imperó y sigue mandando aunque, gracias a quien sea, cada vez menos.

No somos princesas, somos seres humanos; no tenemos medias naranjas, somos personas enteras; y no queremos príncipes, sino personas que nos acompañen, nos hagan felices y no nos engañen. Pero ahí está ella, con su lucha diaria, encontrando consuelo en sus “seres de luz”, que son muchos.

Ella dice que son sus niños, pero son adultos: son personas con Síndrome de Down o autismo. Va cada día a estar con ellos, con “sus niños”. Le abrazan con ese amor tan de verdad que no se puede explicar porque no tiene dobleces, porque sale del alma. Y, verdaderamente, es lo más grande y lo más puro que le ha pasado en su vida. Así que no está sola: tiene a “sus niños” y a su perrita, que cuando llega a su casa, le da todo el amor del mundo. Y, ciertamente, hoy día no necesita nada más.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 15.10.22
Por las calles blancas de cal y las grandes casonas señoriales de su pueblo pasea su desamor. Con sus tacones gastados de tantas guerras y sus chales medio raídos va moviendo sus caderas en un andar lento y candencioso. Lleva a cuestas su cruz y su pena en las miradas desdeñosas de sus paisanos. Y también carga con un corazón de oro, para los desheredados.


Al nacer le pusieron Manuel de nombre, pero nunca, nunca fue hombre: ella era la más mujer de todas las mujeres. La Meli no tiene a nadie en esta vida de perros, esta vida que forjó su destino cruel. Con sus trajes y su peluca morena, cargando con las burlas y los desprecios, con las murmuraciones, con la mezquindad de todo un pueblo.

Frente a todos y escandalizado a todos, La Meli se ponía el mundo por montera y no le importaba nadie. Es lo que les suele pasar a estas almas libres que se dan de vez en cuando en este mundo tan hipócrita.

Conoció a un compañero, pensó que se le acababa la soledad y el andar como una trotaconventos de noche y día. Sin embargo, un mal bicho, en una noche oscura y desgraciada, prendió fuego a la casucha donde malvivían y perdió a su compañero del alma y de desdichas.

La Meli desde entonces no vive, no quiere esa maldita realidad que le tocó vivir. Se evade en otro mundo y solo quiere irse a su particular cielo donde él la estará esperando. Mientras tanto, pide limosna en la puerta de la iglesia porque el cura no la deja entrar. ¡Qué escándalo para sus feligreses! Sin embargo, La Meli cree en su propio dios y sabe que no necesita de misas ni de plegarias para reunirse con su amor.

En una calurosa madrugada del mes de agosto, un incendio que nadie se molestó en apagar acabó con su pobre casa y con la vida del ser que más había querido en el mundo. Todos miraban y no hacían nada, y ella veía cómo las llamas consumían lo único que tenía y había tenido en este mundo atroz. Pero a ella no la dejaban apagar las llamas, ni la dejaban recuperar los únicos momentos felices de su triste vida.

Hoy no recuerda nada de todo aquello: tan solo echa de menos al compañero de vida de tanto tiempo. En la procesión de Padre Jesús camina detrás del Cristo, con su mantilla negra, como su vida, y sus tacones torcidos sin tapas. Ella va despacito, detrás de las santurronas y de las beatas, pidiéndole no se sabe si a Padre Jesús o a su dios particular –vaya usted a saber– que la lleve a donde esté su Manuel.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 2.6.22
Eras muy feliz. Irradiabas felicidad entre todos los que estábamos a tu lado. Yo no puedo hablar de ti, mi amigo del alma, sin emocionarme. De hecho, esta pequeña columna la escribo con lágrimas en los ojos que apenas me dejan ver la pantalla. ¡Qué huérfanos nos has dejado, Antonio! ¡Qué pequeños sin ti, sin tu risa, sin tu gran generosidad! Te fuiste sin más. Y nos dejaste el corazón roto. Ya no vamos a poder ir al chiringuito de Isla Cristina a beber gin-tonics.


Recuerdo que hace unos días me contabas que habías preparado el apartamento para irnos cuando pasaran las elecciones al Decanato de la Facultad de Comunicación. Y ya no podremos ver ese mar que tenía el color de tus ojos. Ya no iremos más a comer a Vila Real de San Antonio, al chiringuito de la playa. Ya no podrás reírte de aquella comida que pedí en aquel restaurante tan "chic" al que me llevaste. Ni podremos degustar ese vino verde que tanto nos gustaba…

Me diste todo el cariño en mis malos momentos, que últimamente eran muchos. Siempre estabas para mí. Te voy a echar mucho de menos, querido Antonio. La última vez que te vi rebosabas alegría, como siempre. Tus ganas de vivir contagiaban a cualquiera. ¿Qué voy a hacer ahora sin ti en mis momentos tristes? ¿Quién va a hacerme reír?

Todas las personas que te conocían te querían: tus amigos, tus alumnos... Todos. Me he quedado sin mi amigo del alma, sin mi maestro. Me enseñaste todo lo que sé. ¿A quién llamaré ahora? ¿A quién acudiré? Espero que acudas a mi lado, aunque sea desde el más allá, y me protejas y me cuides como siempre hacías aquí.

Nunca faltaste a ninguna cita. Bueno, solo a una, pero porque ya te habías ido y no nos habíamos dado cuenta. Yo quiero creer que ahora estás en un lugar mejor. Porque hay personas que mueren sin más. Pero tú, mi querido amigo, estarás en los corazones de todos los que tuvimos la suerte de conocerte. Para siempre.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 30.4.22
No se puede describir el dolor que siente mi corazón: se ha ido una parte de mi vida. Dicen que cuanto más profundo es el amor, más duele. Y es cierto. Veo en todos los rincones de mi casa a esa cosita, tan pequeñita y enorme a la vez.


Me daba tanto, tanto amor y tan desinteresado, que tengo un vacío inmenso en mi alma. Era tan frágil y pequeño que parece mentira que se pudiera querer tanto. Pero es que era mi compañero: a todas partes me seguía. Incluso, cuando estaba en el baño, asomaba su hociquito por la puerta a ver dónde se había metido su ama.

Murió en mis brazos, mirándome con esos ojazos que parecían decirte: “no me abandones nunca”. Jamás lo hubiera abandonado. Al contrario. Coco, me abandonaste tú a mí, dejándome con una pena muy grande. No me quedan lágrimas para poder seguir llorándote y espero que si existe algún lugar para los perritos buenos, estés desde allí vigilándome, como hacías aquí.

No tengo consuelo alguno: te veo y te siento detrás de mí, mirándome con esos ojitos que lo decían todo y transmitían el inmenso amor que me dabas. Sé que para muchas personas eras solo un perro, pero para mí eras mi consuelo en los días tristes y mi alegría, porque siempre me hacías ver tu cariño. Te quiero, tesoro. Siempre estarás en mi pensamiento.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 10.4.22
La ciencia dice que el amor se compone de una serie de neurotransmisores, hormonas y feromonas que, mediante un número de procesos, se activan cuando encontramos a la persona que creemos ideal. Este proceso implica distintas partes del cerebro humano como el hipotálamo, la corteza o la amígdala.


Los investigadores han descubierto que en nuestro cerebro ocurre algo similar que con las sustancias psicoactivas: el ser humano, cuando se enamora, crea en su cerebro serotonina, la hormona de la felicidad, además de oxitocina y dopamina. Este coctel de hormonas nos hace sentirnos felices cuando estamos enamorados e infelices cuando se deja la relación.

Sin embargo, definir el amor es realmente complicado, pues hay diferentes tipos de amor y, además, está socialmente influenciado y hay muchas formas de enfocarlo. Así, el amor viene determinado por la sociedad a la que pertenece e intervienen creencias, tabúes, costumbres...

Como consecuencia de esto, nuestra sociedad nos presenta el amor romántico, que es meramente patriarcal, por lo tanto, nos ofrece el modelo heteronormativo enfocado al matrimonio y a la familia. Coral Herrero, escritora feminista, lo define de esta forma: “El amor romántico es un producto cultural, un conglomerado de relatos, leyendas, mitos, cuya estructura se repite en todas las sociedades patriarcales. Los héroes y las heroínas siguen siendo los mismos: mujeres y hombres heterosexuales que, tras luchar contra una serie de obstáculos, logran reunirse con su amado o amada”.

Desde mi punto de vista, el amor es algo más que todo eso. Es una sensación que nos traspasa el alma, es un vacío que es necesario y urgente llenar y que solo se consigue estando con la persona de la que te has enamorado. Es una urgencia, un sinvivir, un desasosiego que te rompe el corazón hasta que estás con la persona a la que amas.

Es tan difícil escribir sobre el amor, sobre este sentimiento que a la vez que nos da la vida y te mata si no es correspondido… Hay pocas experiencias en este mundo que te impactan y te cambian la vida y que te llevan a una crisis existencial si te rompen el corazón.

Cuando llega el desamor a la vida se percibe un intenso dolor emocional: es como un duelo, todo alrededor se tambalea, se desploma el mundo, tu mundo. Todo te recuerda a la persona a la que amas y a la vez idealizas. La tristeza de no encontrar nada en la vida que te haga feliz y de la soledad no querida, no aceptada.

No es fácil escribir sobre el amor y el desamor, pero ¡qué maravilla! Enamorarse y desenamorarse. No hay ninguna sensación en el universo como la primera y no hay mejor manera de crecer como la segunda. Lo dicho, ¡el amor es maravilloso!

REMEDIOS FARIÑAS
  • 5.3.22
La traición es el único acto de los hombres que no puede justificarse, según Maquiavelo. Judas traicionó a su maestro y, desde entonces hasta hoy, la traición está en nuestras sociedades. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, el apóstol traidor fue al templo a devolverle las treinta monedas a los sacerdotes y cuando comprobó que aun así iban a prender a su maestro y amigo, tuvo la decencia de quitarse la vida.


Hoy, en nuestras sociedades capitalistas, la traición está a la orden del día: si no traicionas, no trepas; y si no subes en el escalafón, eres un fracasado. La lealtad es algo desconocido, sobre todo entre los políticos. Ya no solo traicionan a sus votantes, sino que las dentelladas se las dan internamente, en sus propias sedes. Hasta ahora no trascendía: se quitaban y se ponían los unos a los otros y nadie de fuera se enteraba.

Hace unos días estalló la tormenta en el Partido Popular (PP). La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, se enfrentaba a la dirección del partido, es decir, a Pablo Casado. Y éste, pensando en cómo quitársela de en medio –políticamente hablando, claro está–, se fue a los medios de comunicación y los rencores y rencillas, tanto por un lado como por el otro, se hicieron públicos de manera más que notable.

Los votantes del PP –o no, porque nunca se sabe en este lío de traiciones– rodearon la sede del partido en Génova pidiendo la dimisión de Casado y se formó la marimorena. Las ratas empezaron a abandonar el barco: todos los que dos días antes estaban rodeándolo por los pasillos del Congreso y alabando a su líder empezaron a abandonarlo y a pedir su cabeza.

Hace unos días, Casado se despidió del Congreso de los Diputados y lo hizo con la cabeza alta, rodeado de esos traidores que, además, le aplaudieron el discurso de despedida. No sé qué hará la nueva dirección del partido pero, desde luego, no debería contar con ninguno de estos traidores.

Casado se ha marchado con valentía, aunque no ha anunciado su dimisión: se ha ido dando la cara. Es vergonzoso lo que hemos presenciado. Ninguno de los barones que se mataban por complacerle le apoyan ahora. Al revés, todos han pedido su cabeza.

El problema que está detrás es la extrema derecha representada por VOX, que aprovechará el río revuelto y, cada vez más, se irá instalando en las instituciones. De todas formas, aquí el fondo de la cuestión es la corrupción, aunque no olvidemos que detrás de la presidenta de Madrid se encuentra un zorro viejo, Miguel Ángel Rodríguez –o MAR, como a él le gusta que le llamen–.

Y yo me pregunto: ¿No será que se iba a destapar el asunto y antes de que se hiciese publico se montaba todo el lío y se quitaba el foco de atención de la presidenta? En fin, ya veremos por dónde sale todo esto, aunque me temo que con otro foco de atención de los medios tan importante como la guerra de Ucrania, poco o nada vamos a enterarnos del final de la causa que ha hecho caer al presidente del PP.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 26.1.22
En el norte de Brasil existe un pueblo junto al río Amazonas. Se trata de una comunidad indígena establecida en un lugar de la selva, con una gran diversidad y enormemente preservado: el pueblo Zo'é. Son aproximadamente 325 habitantes que se encuentran dispersos en unos cincuenta poblados y se van trasladando de un lugar a otro a lo largo del año.


Frente a la pandemia de covid-19 adoptaron la siguiente fórmula: no se reunían y ni siquiera se cruzaban entre ellos. Y, por supuesto, tampoco podían tener contacto con los blancos. Los zo'és conocen una serie de senderos para evitar cruzarse entre sí. Ellos aprendieron, de generación en generación, que para combatir una pandemia la mejor táctica era no tener ningún contacto con nadie.

Con respecto a la vacunación, los equipos de salud consideraron inviable trasladarse a cada una de las aldeas pues, debido a las distancias, se tardaría mucho tiempo en poder vacunarlos a todos. Además, los equipos de protección eran demasiado pesados para caminar por la selva y necesitaban contar con algún guía que los acompañara.

La solución fue utilizar tres cabañas cercanas a la base médica y cada familia se fue trasladando y vacunando por separado. Cada habitante del poblado zo'és llegaba al sitio de vacunación sin cruzarse con los demás miembros del grupo.

En enero de 2021 le tocó el turno a Wahu y Tawy, padre e hijo. El padre apenas veía y tenía un problema crónico en el sistema urinario que le impedía caminar, con lo que le resultaba prácticamente imposible llegar al punto de vacunación por sí mismo. Tawy lo cargó en sus espaldas durante doce horas, seis para ir y otras seis para volver. Cuando lo volvió a cargar para regresar al poblado dijo que no podía tardar mucho en llegar pues tenía que hacerlo antes de que anocheciera.

Esta historia real es un ejemplo de amor y de responsabilidad hacia una comunidad. Es el cariño que se le tiene a los mayores en esas comunidades perdidas en la selva: el respeto a las personas que te lo han dado todo.

En esta comunidad indígena no existen asilos como aquellos donde murieron tantos abuelos en la primera ola de la maldita pandemia. Ellos no aparcan a sus padres para que no les estorben en su vida. No, los cargan en sus hombros durante horas y horas para que el ser que les ha dado la vida pueda seguir viviendo. Allí no hacen ningún tipo de triaje a ver a quién le corresponde vivir.

Este comportamiento cívico, este respeto a los demás para no contagiar, bien lo quisieran algunos a los que se les llama “civilizados”. Como muestra, vemos a uno de los tenistas más importantes del mundo que, según mi opinión, ha actuado frente a la posición de la vacuna con prepotencia e insolidaridad.

Djokovik se ha negado a ponerse la vacuna. Si se hubiese encerrado en su casa no sería ningún problema, pero no: se ha paseado por medio mundo y, además, sin la más mínima consideración hacia nadie, ha pretendido jugar el Open de Australia. Menos mal que las autoridades del país no se lo han permitido.

Parecería ser que la “civilización” hace a las personas individualistas e insolidarias, pero no, es el capitalismo el que hace que cada ser mire solo hacia su propio ombligo, que no piense en el que tiene a su lado. En las grandes urbes no se sabe quién es el vecino. Y entonces, para qué molestarse en tomar precauciones.

Sin embargo, en estas pequeñas tribus, la comuna es muy importante pues la supervivencia depende de todos y de cada uno de ellos. Pero, desde luego, la dignidad del ser humano no se mide por las cosas materiales que posea, sino por su amor y por el respeto a sí mismos y a su prójimo.

Sin duda, este indígena tiene toda la dignidad que le falta a gran parte de ese mundo “capitalista-civilizado” y, por supuesto, tiene toda mi admiración.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 22.12.21
De pequeña vivía junto a mis padres en una de las casitas que los ingleses habían construido para sus obreros en Riotinto, a poco más de setenta kilómetros de Huelva. Cuando la empresa Riotinto Company echó el cierre, las casas y el pueblo –que eran de su propiedad– pasaron a pertenecer a la Compañía de Minas de Riotinto que, en adelante, se encargaría de la explotación minera y del mantenimiento del municipio.


Era un pueblo clasista, pero no al estilo de los pueblos en los que había señoritos y jornaleros. En Riotinto el clasismo se daba según la jerarquía que la persona tenía en el trabajo en la mina. De hecho, había tres barrios: el de Bellavista, un lugar encantador, con todos los servicios cubiertos, pistas de tenis y casas victorianas; a continuación, el Valle y, por último, el Alto de la Mesa.

En Bellavista vivían los directores ingleses de la mina. Estaba rodeado de un muro con varias casetas en las que había un guarda que vigilaba a quien entraba. En el Valle se encontraban unas casas especiales para la época, pero evidentemente menos lujosas que las de el barrio inglés: allí vivían los jefes y los empleados españoles de la dirección. Y, por último, había un grupo de casas muy humildes donde se situaban los mineros y los empleados del mantenimiento del pueblo.

El frío helador se colaba por todas partes y te calaba los huesos, según decían mi madre y mi abuela. En mi casa solo había un brasero que mi madre encendía por la mañana muy temprano, cuando mi padre se iba a trabajar como pintor para la Compañía, una vez que los ingleses ya se habían marchado.

Nosotros, a diferencia de mis abuelos maternos, vivíamos en el Alto de la Mesa. En aquellas casitas solo había dos dormitorios, un comedor, una cocinita, un pequeño patio y una buhardilla. Pero mi padre la tenía muy pintadita, preciosa. Había hecho un zócalo en la pared que imitaba un mármol de aquellos de vetas rosas. Mi dormitorio estaba decorado con florecillas rosas y tules en la ventana.

Lo único que me interesaba era jugar, pero como se hacía antes: en la calle, inventándote juegos cada cual más peligroso. Nuestras madres estaban acostumbradas a poner monedas con mantequilla en los chichones, a curar con alcohol puro las heridas y a taponar las heridas que nos hacíamos en la cabeza a fuerza de esquivar las piedras que solíamos tirarnos. Tenía que ser algo muy grave para que nos llevasen al dispensario. Ellas también eran nuestras enfermeras: sabían todos los remedios del mundo para curar nuestros males.

Recuerdo que luz eléctrica solo había cuando oscurecía. Por la mañana, en el momento en que salía el primer rayo de sol, la luz eléctrica se cortaba. Lo mismo ocurría con las luces de las calles que, a una hora determinada, se encendían e indicaban que había llegado la hora de volver a casa y dejar los juegos.

En invierno, las horas de sol eran poquísimas: a las cinco de la tarde ya oscurecía y, casi siempre, se levantaba una niebla húmeda y espesa. Sin embargo, en estas fechas de Navidad era todo diferente: se sentía la alegría y el jolgorio por todo el pueblo.

Los olores a cisco de los braseros se mezclaban con el aroma a pestiños, roscos y aguardiente. Los villancicos que cantaban los campanilleros se oían por todo el pueblecito. Había una señora que una semana antes de Nochebuena iba a las casas, previo pago, a hacer los pestiños, los roscos de vino y las rosas.

La Navidad empezaba una semana antes, como mínimo. Los vecinos eran como la propia familia: el que tenía más siempre compartía con el que tenía menos. De hecho, se iba de una casa a otra compartiendo lo poco que teníamos.

Mi madre, junto conmigo y una ristra de chiquillería, iba al campo a buscar un pequeño pino para adornarlo. En aquel entonces no había problemas, ya que la propia mina a cielo abierto de Riotinto ya se encargaba de destrozarlos. El pino se adornaba con unas bolas plateadas que comprábamos en la papelería y con adornos que hacíamos con papel.

Y llegaba el día: la Nochebuena. Nos íbamos a casa de mis abuelos, donde se reunía para cenar parte de la familia, mientras que el resto acudía solo a los postres. A las doce en punto nos íbamos a la Misa del Gallo. Por la calle se escuchaban villancicos y ese frío helador se convertía en calor gracias a las gentes humildes que, a cada paso, te invitaban a pasar a sus casas para obsequiarte con lo que tenían. Mi abuela solía comprar un pavo y lo engordaba en un pequeño huerto que tenía, hasta que yo descubrí una Nochebuena que nos lo estábamos cenando y ya jamás volvimos a comer pavo.

Hoy, al cabo de unos cuantos años, recuerdo con muchísima nostalgia a mi padre cantando villancicos y tocando su violín; a mi madre y a todos mis seres queridos que ya no están conmigo. Es la memoria de una niña avejentada que recuerda unas Navidades sin oropeles ni Corte Inglés que valga, pero sí con un auténtico amor y una solidaridad con mayúsculas.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 16.11.21
Si Montesquieu levantara la cabeza y se encontrara con esta “democracia” nuestra, estoy completamente segura de que, o bien, se volvería indignado a su tumba o, bien, se hacía militante de Podemos. Toda esta perorata irónica viene a cuento de la última sentencia del Tribunal Supremo, es decir, la que el juez Marchena ha dictado en contra del ya exparlamentario Alberto Rodríguez.


Creo que, en primer lugar, lo mejor es conocer a ambos personajes y comprobar por dónde se mueven. Comenzaré por el juez Marchena. Desde que fue ascendido a juez del Tribunal Supremo en el 2007, sus sentencias han sido, cuando menos, polémicas. Muchos juristas lo han acusado de rozar el favoritismo hacia procesados del Partido Popular (PP) o de dictar sentencias "demasiado desfavorables" para los enemigos de la calle Génova.

No obstante, los grandes benefactores que propiciaron su escalada profesional siempre se movieron en la órbita de la ultraderecha, tal y como han apuntado diversas fuentes periodísticas. Es más, uno de sus padrinos habría sido el fiscal general del Estado, Jesús Cardenal, que llegó a oponerse a la petición de extradición del dictador Pinochet por parte del juez Baltasar Garzón.

Desde mi punto de vista, da la sensación de que cada vez que el PP ha estado en el Gobierno, la carrera de Manuel Marchena ha ascendido meteóricamente. No en vano, accedió a la Fiscalía del Supremo de la mano de Jesús Cardenal, conocido por su militancia en el Opus Dei.

A su vez, el entonces ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, lo nombró presidente de una comisión encargada de elaborar una propuesta para que el fiscal se ocupase de la dirección de la investigación de los procesos judiciales –labor que, recordemos, recae en los jueces de Instrucción–. De este modo, la fiscalía –que depende del Poder Ejecutivo– hubiera tenido autoridad plena en cualquier proceso judicial –muchos de los cuales afectaban directamente al PP–.

Ya por entonces, algunos medios acusaban al juez Marchena de ejercer una "persecución" contra Baltasar Garzón. Sea cierto o no, lo que es innegable es que el propio Marchena fue ponente del tribunal que lo acabó condenando a raíz de las causas presentadas sobre los crímenes franquistas y, especialmente, sobre la instrucción del caso Gürtel.

En 2014, este magistrado nacido en 1959 en Las Palmas de Gran Canaria asciende a la presidencia de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, gracias, por lo que parece, a los votos de la mayoría conservadora, desplazando a Cándido Conde-Pumpido, con mucha más antigüedad y experiencia que él, según sostienen muchos especialistas en información de tribunales.

Unos días antes, el juez Marchena, que estaba encargado de procesar a políticos y parlamentarios, había disfrutado de una comida con el exministro y ex secretario general del PP, Ángel Acebes, tal y como publicaron diversos medios. Cinco días después, el mismo Acebes acabó siendo imputado por el juez Pablo Ruz en la trama de corrupción de la Gürtel.

Desde distintos ámbitos se ha asegurado también que Marchena mantenía una "más que estrecha relación" con el Instituto de Práctica Jurídica "Schola Iuris", donde enseñaba en el Máster de Derecho Penal. Este instituto, recordemos, pertenecía al comisario Villarejo, famoso ya por aquel entonces.

Pero aún hay más: medios de comunicación como El Plural o eldiario.es han desvelado que, en su trayectoria en la Sala Segunda del Supremo, Manuel Marchena habría podido favorecer a políticos del PP, como en el caso de Ignacio González y el ático de Estepona; Jaume Matas, con el Palma Arena o Francisco Camps, con los regalos que presuntamente recibió de la trama Gürtel. No sabemos si es cierto pero la sombra de la duda siempre ha estado cerca...

Bajo su mandato, también se archivó la querella contra Jorge Fernández Díaz y el director de la Oficina Antifraude de Cataluña por presuntos delitos de violación de secretos, prevaricación y malversación en unas conversaciones grabadas en el propio despacho del entonces ministro del Interior.

Ahora dirigiremos nuestra mirada a Alberto Rodríguez: tras estudiar un ciclo de Química Ambiental y trabajar de operario en una refinería de petróleo, el 13 de enero de 2016 fue elegido diputado de Podemos por Santa Cruz de Tenerife.

En 2014, durante una manifestación contra la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), Alberto Rodríguez fue acusado de propinar una patada a un policía, hecho que él niega, por lo que fue denunciado, procesado y condenado a un mes y quince días de prisión e inhabilitación para el derecho de sufragio pasivo durante ese tiempo. La condena ha sido sustituida por una multa de 540 euros que, como desveló en el programa Salvados de La Sexta, ya ha abonado.

El problema es que la Sala Segunda del Tribunal Supremo, presidida por Manuel Marchena, quería inhabilitar a Alberto Rodríguez como parlamentario, sin embargo, no lo recoge en la sentencia: lo único que valora es que no puede presentarse a unas elecciones durante mes y medio. Por tanto, no pidió la inhabilitación para ejercer cargo público que sí hubiese implicado la pérdida de su escaño.

Pese a todo, el Alto Tribunal habría "presionado" al Congreso para que inhabilitara al diputado. De hecho, una vez estudiada la sentencia por los juristas de la Cámara Baja, se concluye que no se puede aplicar la pérdida de escaño en virtud del artículo 6.2 de la Ley Orgánica de Régimen Electoral General (LOREG) y del artículo 44 del Código Penal.

Y es que la pena de inhabilitación para el ejercicio del derecho de sufragio pasivo es causa de incompatibilidad para ejercer como parlamentario solamente respecto de determinados delitos, como los de terrorismo y rebelión. Otro motivo es la inexistencia de pena de prisión, ya que la ley vincula la prisión con la inelegibilidad, por lo que si no hay pena privativa de libertad –porque desde el primer momento se sustituyó por la multa– no hay inelegibilidad.

Tras todo este sinsentido, la presidenta del Congreso solicitó al Tribunal Supremo una aclaración. Y la Sala de lo Penal presidida por Manuel Marchena respondió que no había nada que aclarar a la Cámara Baja sino a las partes.

El resultado ya lo conocen: al final, Alberto Rodríguez ha sido despojado de su acta de diputado. Seguro que PP y VOX están celebrándolo porque, después del enfado del Tribunal Supremo y de los grupos de derechas por los indultos del “procés”, ponen la vista en el Congreso, en los diputados progresistas, y lo que no pueden conseguir en las urnas, como siempre, quieren conseguirlo en los juzgados. Ahora, los votantes de Santa Cruz de Tenerife deben sentirse muy contentos de no tener representación en las Cortes.

REMEDIOS FARIÑAS


NOTA: Los comentarios publicados en la sección de Firmas no representan la opinión de Andalucía Digital. En ese sentido, este periódico no hace necesariamente suyas las ideas, argumentos y expresiones expresadas libremente por sus colaboradores y columnistas.



  • 29.9.21
El hombre jamás pisó la Luna; la Tierra es completamente plana; Hitler no murió en el búnker de Berlín; la pandemia del covid-19 la inventaron los chinos para hacerse los amos del mundo... Todas ellas son teorías conspirativas que circulan por el mundo en pleno siglo XXI. El problema es que miles, quizás millones de personas, dan credibilidad a estas historias, aunque no tengan el más mínimo fundamento científico.


Una de estas teorías la encontré el otro día por las redes, coincidiendo con el vigésimo aniversario del atentado de las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. La información procedía de un artículo titulado Cuando la verdad es incómoda: 11S, publicado en una revista de arquitectura y que, se supone, es una publicación seria.

Su autor es Felipe Samarán, arquitecto, profesor y director de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Francisco de Vitoria en Madrid. En el artículo expone una serie de datos que vienen a confirmar que la caída de las Torres Gemelas fue provocada por una demolición controlada. De este modo, los Estados Unidos, en su geopolítica colonizadora, podían tener la excusa para atacar países como Irak o Afganistán.

Samarán escribe que, en la versión oficial, hay muchas piezas que no encajan y que, científicamente, son imposibles. Por ejemplo, el hecho de que las torres, junto con el edificio del Pentágono, cayeran de forma idéntica, implosionando los tres desde su base. O que en el Pentágono no se hubiese encontrado el más mínimo resto de ningún avión, ni se hubiese producido ningún incendio a causa del queroseno que contenía.

Nada importa que el tiempo o la forma en la que cayeron las torres sean incompatibles con la teoría oficial, la denominada del “pan- cake”. Sin embargo, la caída de los edificios sí que fue coincidente al milímetro con una demolición controlada. Y estas evidencias las escribe Felipe Samarán, negro sobre blanco, citando una serie de instituciones y organismos.

Otra de las muchas teorías que aparecen en torno al atentado del 11S es que, aunque los dirigentes de los Estados Unidos no manejaron la autoagresión para justificar sus guerras, sabían lo que iba a suceder y se dejaron agredir de forma que pudiesen contar con ese pretexto a ojos del mundo.

Sabemos que es más fácil aceptar una verdad colectiva que desafiarla y dudar de ella. También sabemos que, como sostiene Walter Lippmann, ganador del Premio Pulitzer en dos ocasiones, “donde todo el mundo piensa igual, nadie piensa mucho”. Pero, en fin, lo cierto es que todos aceptamos la verdad oficial.

De todas formas, en esta sociedad dominada por la posverdad, es decir, por la distorsión deliberada de la realidad para manipular emociones y creencias e influir de este modo en la opinión pública, las personas siguen el principio filosófico de la “navaja de Ockham”, que sostiene que la explicación más sencilla es la que más posibilidades tiene de ser creída, aunque no tenga que ser necesariamente la verdadera.

Esta facilidad cognitiva propicia un estado de tranquilidad porque la teoría conspirativa, además de ratificar las propias creencias del sujeto, no requiere ningún esfuerzo mental, con lo que quienes la defienden no tienen que volver a elaborar sus creencias ni sus pensamientos anteriores.

Ciertamente, todos los humanos necesitamos tener un control del medio en el que vivimos y una seguridad, por eso pertenecer a un grupo es necesario socialmente y si ese grupo, esa colectividad, creen en unas premisas, el individuo las va a asumir también.

Siempre, en todas las épocas, han surgido teorías de la conspiración que, sencillamente, podemos definir como explicaciones de acontecimientos presentes, pasados o futuros que surgen del descreimiento en las estructuras de poder y de los propios medios de comunicación que utilizan y se valen de estas mismas estructuras.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 18.8.21
Yo sé que, para él, soy la única. Sé que, en el mundo –y, en particular, en su mundo– no existe nadie a quien quiera más que a mí. A veces me lo encuentro observándome fijamente, con esos ojos grandes –como su alegría–, pensando que no hay nadie en su vida como yo. Lo sé.


Su lealtad es a prueba de bombas: no hay criatura que se ponga más contenta cuando me ve aparecer. Si estoy despierta, él está atento a cada uno de mis movimientos, siempre a mi lado. Si estoy dormida, vela mis sueños.

No hay momento del día o de la noche que no quiera estar a mi lado. Si canto o río, le miro y veo esos ojazos rebosantes de alegría. En cambio, cuando la vida me da tristezas, él, sigiloso, sin hacer el más mínimo ruido, viene y pone en mi falda su cabeza para que la acaricie.

No tengo mejor amigo que él en este mundo desdibujado ya por tantas injusticias. Es fiel, obediente, me comprende... ¿Qué más se puede pedir? Cuando le hablo parece que entiende cada una de mis palabras a la perfección.

Mi pequeño tesoro es un perro que no llega a los tres kilos de puro amor. Las alegrías y el cariño que me brinda ese cuerpecito todo peludo son impagables. No pide nada: solo se conforma y es feliz con mi compañía.

Las personas que no saben cómo es ese amor totalmente desinteresado pueden creer que es una obligación y una atadura más. Sin embargo, yo disfruto cuidando a mi perro porque nada –y digo bien: nada– en este mundo pagaría ese amor que ves en esos ojos cuando te miran.

Mi gran amigo se llama Coco. Tiene catorce años de intensa vida junto a mí y sé que puede quedarle poco tiempo a mi lado. Le he visto envejecer día a día. Su pelo negro y fuego se ha convertido poco a poco en gris y blanco. Por eso he querido compartir mi alegría de vivir con la criatura más especial y cariñosa del mundo. Va por él.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 20.7.21
El mundo se ha vuelto loco. No puedo creer lo que está pasando. Parece que todo el mundo anda con una gran dosis de agresividad. Yo creía que las personas saldrían de esta pandemia con más empatía hacia los demás pero da la sensación de que es justo lo contrario.


En un día me encuentro en plena calle de un pueblo, en el que todos nos conocemos, una pelea entre dos mujeres tras una colisión leve al salir de un aparcamiento. Pero lo peor del caso es que estaban enganchadas por los pelos y nadie hacía nada: un corrillo de gente alrededor y todos impasibles, mirando, sin hacer absolutamente nada.

Cuando yo vi el altercado aparqué mi coche y fui a ver si podía hacer algo. En aquel momento llegó la Policía y no fue necesaria mi intervención. Pero me pregunté dónde se quedó la solidaridad entre esas personas que, además, se ven cada día. Nadie hizo el más mínimo gesto para separar a aquellas dos mujeres.

Nos hemos vuelto tan pulcros que, por no mancharnos con los problemas de los demás, dejamos que un chico de 24 años, Samuel, sea golpeado hasta la muerte por una jauría de salvajes que se alentaban unos a otros para ver quién le daba más golpes. Lo peor de todo es que estos animales tenían edades comprendidas entre los 16 y los 25 años. Pero claro, ¿qué ven? Básicamente, gestos insolidarios y egoísmo a su alrededor.

Pero la agresividad se masca en el ambiente. Hace pocos días, yo misma fui víctima de una agresión verbal por un problema de trafico. En efecto, un hombre sin educación no fue capaz de soportar que una mujer le diera lecciones. Y eso mismo me dijo: que yo no era nadie para darle lecciones a él. Y eso que solo le había apuntado que se había saltado una señal de “Ceda el paso” y estuvo a punto de darme un golpe a mí, que iba tranquilamente con mi coche y con mis perrillos a bordo.

Por si fuera poco, al llegar a casa leo en la prensa que una abuela ha apuñalado a su nieta en la localidad sevillana de Castilleja de la Cuesta. No me digan que no es una verdadera locura. Ayer también me enteré de que un grupo de impresentables golpearon y humillaron a un menor autista en A Coruña; o que unos desalmados golpean en la puerta de un hotel de Barcelona a un turista británico por ser homosexual.

Por último, la Policía fue avisada desde el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla por la muerte de un hombre que presentaba heridas de arma blanca y numerosos golpes. Se trataba de un mendigo que vivía en la calle y se da la circunstancia de que ya han asesinado a cuatro mendigos más en situaciones parecidas.

La realidad es que esta agresividad y esta locura se están produciendo en la sociedad por culpa de la desesperanza. El covid ha roto los sueños de muchas personas y muchas esperanzas de otras: la gente no es feliz y, para colmo, les ha salido un sarpullido que pica mucho. Un grupo político que se caracteriza por su racismo, su homofobia y su odio.

Todo el mundo está enfadado con el prójimo. O, quizás, con uno mismo, que es peor. Y eso se refleja en los demás. Qué razón tenía Plauto cuando decía que el hombre era un lobo para el hombre.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 22.6.21
El cadáver de Olivia, la pequeña de seis años que desapareció junto a su hermana Anna hace unas semanas en Tenerife, fue localizado finalmente en el interior de una bolsa a más de mil metros de profundidad. Y en el momento de escribir estas líneas, todavía se sigue buscando a su hermana y al que todos los indicios apuntan como asesino, que no es otro que su padre.


Este cobarde no aceptaba que su mujer se hubiese separado de él para estar con otro hombre. Y no es porque la amara sino porque la consideraba de su propiedad, igual que sus hijas. Posiblemente tuvo ocasión y medios para poder matar a su esposa, pero era mejor, más inhumano, matarla en vida, despojarla de lo más importante en el mundo para una madre: sus hijos.

Al cabo de tanto tiempo, la sociedad se da cuenta de que existe otro tipo de violencia contra las mujeres y que hace mucho más daño que cualquier otra: la violencia vicaria, que ha existido siempre pero que, igual que la violencia psicológica, la sociedad –y en particular la Justicia– nunca la habían aceptado.

Los menores que son hijos de víctimas de violencia de género corren un gran riesgo de ser atacados por sus progenitores y, sin embargo, apenas un 3 por ciento de los casos de violencia de género termina con el régimen de visitas suspendido, lo que implica que el maltratador ya no puede ver a sus hijos.

Un maltratador nunca es un buen padre ni una buena persona, aunque ante los demás sea un ser maravilloso. Por ese motivo, la Justicia, una vez que se ha demostrado que ha ejercido violencia, debería tomar medidas preventivas en relación con los hijos.

Desde el 2013 hasta hoy han sido asesinados por sus padres 38 niños y casi 1.100 mujeres. El Estado debe tomar cartas en el asunto y considerar la violencia de género como terrorismo. Porque lo es. Lo primero que habría que hacer es “desestereotipar” contextos relacionados con el género, que se basan en argumentos del tipo “todas las mujeres son muy malas y solo buscan el dinero de los hombres”.

El cantante Diego El Cigala fue detenido hace pocos días y se le investiga por ejercer violencia contra su mujer. Pues bien, lo primero que soltó a los periodistas fue que a todas las mujeres les gustaba el dinero. Y mucha gente lo vio tan normal.

Fernando Báez Santana, de profesión párroco, culpó a la madre del crimen perpetrado por Tomás Gimeno contra sus hijas. Y lo hizo sobre la base de una supuesta infidelidad de la esposa. El sacerdote ha declarado que el asesino es una víctima como consecuencia de la ruptura del matrimonio y de la infidelidad de la madre y afirmó que las niñas estarían vivas si la madre no hubiese dejado al padre tras romper el vínculo matrimonial.

No contento con eso, este ministro de Dios llegó a manifestar que "la madre ha recogido lo que sembró". No podemos perder de vista que este señor es una persona que influye en una parte social importante, con lo que estas declaraciones son, como mínimo, escandalosas, e incluso podrían ser delictivas. De hecho, la Fiscalía está comprobando si hay indicios de delito.

Otras manifestaciones sostienen que las mujeres también maltratan a los hombres. No digo que no sea cierto pero, sin duda, lo es en mucha menor escala y, evidentemente, con menor violencia física. En cualquier caso, estas ideas contribuyen a potenciar el machismo y la violencia de género.

Es de vergüenza, por ejemplo, que el Gobierno andaluz apoye a un partido político que no reconoce la violencia de género, después de comprobar que esta lacra se ha cobrado la vida de miles de mujeres y decenas de niños.

Mientras haya una gran desigualdad entre hombres y mujeres, se siga cosificando el cuerpo femenino y la sociedad siga siendo machista y patriarcal, las mujeres no estamos seguras. Por otra parte, jamás debemos considerar a todos los hombres iguales: sería caer en el mismo error que ellos. Hay hombres maravillosos a los que sus madres les han enseñado a tratar a las mujeres como compañeras de vida y sienten hacia ellas un amor verdadero, sin posesiones: un amor libre de miedos.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 19.5.21
Hay dos temas en el panorama actual que me tienen profundamente apenada. ¡Qué digo apenada! Me tienen muy enfadada. Y me refiero a la situación de los jueces y fiscales de este país y, cómo no, a la de los periodistas y demás fauna: colaboradores, novias de fulanito, novios de la prima de menganito, etcétera, etcétera, etcétera.


Mi enfado proviene de las declaraciones de “Rociíto”, es decir, Rocío Carrasco Mohedano, que ya está bien de desprestigiar a esta persona incluso con su nombre. Como decía, Rocío Carrasco ha denunciado a su exmarido por maltrato, físico y psicológico y con esto empezó el espectáculo: unos dicen que lo ha hecho por dinero; otros, que no es el sitio para hacer esa clase de declaraciones; y otros la acusan, directamente, de mentir.

Lo cierto y verdad es que toda la vida, durante veinte años, esta mujer ha guardado silencio ante un crimen execrable que va en contra de más de la mitad de la población. Porque no nos engañemos: la lacra de la violencia de género perjudica a más de la mitad de los seres humanos. A las mujeres pero, además, también hace daño a todo su entorno: hijos, familia, amigos...

A mí, personalmente, me da exactamente igual dónde y cuándo se denuncie un maltrato. La cuestión es denunciarlo. A la pobre Rocío no la creyó nadie durante años, ni siquiera los propios jueces. Su martirio fue creciendo cada día y, para más sufrimiento, ese martirio era alentado por muchos medios de comunicación, revistas del corazón y, sobre todo, por tertulias de televisión en las que el maltratador jugaba con los responsables de esos programas.

Rocío ha jugado su carta en una de esas emisoras donde solía acudir su maltratador y donde, como un corro de marionetas, todos le seguían el juego. Y ha hecho bien: Rocío ha ido donde millones y millones de personas podían escucharla y demostrar con documentos que lo que estaba diciendo era la verdad.

Yo realmente creo que fue un acierto. Muchas mujeres no sabían qué era la violencia psicológica y cómo afrontarla. Por eso, Rocío fue donde podían ayudarla, harta de tanta mentira y cansada de tantos juicios populares.

Sentada en una butaca, Rocío Carrasco fue desgranando años y años de sufrimiento, de impotencia y de soledad. Y su pena más grande, sus hijos. Rocío representa a miles de mujeres que tienen que darle sus hijos a su maltratador porque un juez lo ordena, sin pensar en esa madre o, incluso, en esos niños.

Los sabios jueces deberían saber, valga la redundancia, que el maltratador es capaz de todo, incluso de matar a esos hijos para seguir empoderándose frente a la víctima. Desgraciadamente hay muchos casos, demasiados. Y algunos muy recientes.

Pero, claro, el juez que ha dictado la sentencia se va a su casa y no pasa nada. Y como es juez, está arropado y considerado profesionalmente por todos sus colegas. Sin embargo, es la pobre madre la que se queda marcada para toda la vida.

Mi rabia es ver cómo en un país que dice hacer valer los derechos humanos, el fiscal no ha actuado ya de oficio contra el maltratador de Rocío. Porque seguro que se están aportando elementos nuevos a los que fueron juzgados en su día.

¿Por qué no actúa de oficio? ¿Puede ser porque se ha denunciado en una cadena acusada de emitir telebasura? Ese programa en concreto llegó a los 3,7 millones de espectadores. Desgraciadamente, si lo hubiese emitido La 2 de TVE no hubiese llegado ni a la tercera parte de cuota de pantalla.

Hay que pensar también en eso: porqué la gran parte de los espectadores prefieren estos programas. De todas formas, llegó a más personas que cualquier informativo y esto hay que analizarlo detenidamente. ¿Vamos a tener que utilizar programas de ese tipo para movilizar a la opinión pública española?

Telecinco marcó un hito: una víctima de malos tratos pudo denunciar su situación en horario de máxima audiencia. Es más, provocó que dos ministras la apoyaran prácticamente en directo. Ojalá muchas mujeres hubiesen tenido ese acceso a un canal tan poderoso como la televisión para difundir su pena, su desesperanza. Porque, realmente, los ciudadanos de a pie no nos imaginamos por el segundo infierno que tienen que pasar estas mujeres, una vez que deciden acudir a los juzgados.

El maltrato físico es el que se puede ver por las lesiones que causa. ¿Pero dónde dejamos el que no se ve, el psíquico? ¿El que no se denuncia porque no es tan evidente? ¿El que la propia mujer maltratada minimiza y le busca explicación? No digamos ya los jueces...

Este maltrato lo ejerce el hombre a través de la manipulación emocional, desvalorizando, culpabilizando y aislando a la compañera, restringiéndole los recursos económicos... La desvalorización supone un desprecio de todo lo que hace la víctima e, incluso, de su propio cuerpo. Y supone una indiferencia que representa una falta total de atención a las necesidades afectivas y a los estados de ánimo de la mujer.

Por otra parte, la labor periodística es vergonzosa. Un estudiante de primero de carrera sabe más de ética periodística que todos esos supuestos profesionales juntos. En esta historia se unió la mala practica del periodismo con la de los medios y una manipulación tremenda del maltratador.

Pero no tienen perdón. Han sido veinte años. Dos décadas masacrando a una inocente y alabando a su maltratador, que es de lo que ha vivido: de ir de programa en programa, pisoteando cada vez más a la madre de sus hijos y nadie, absolutamente nadie, fue capaz de contrastar la información, que es siempre la premisa principal para un periodista. Lamentable.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 13.4.21
Cuando Isabel Díaz Ayuso lo presentó, no podía creerme el eslogan de campaña que había escogido el Partido Popular para las elecciones a la Comunidad de Madrid: “comunismo o Libertad”. Posteriormente se quedaría únicamente en Libertad. ¿Qué entenderán ellos por comunismo? ¿Y qué sabrán ellos de libertad?


El Partido Popular fue fundado por un ministro del franquismo, Manuel Fraga Iribarne. En este partido tomaron asiento todos los falangistas, gentes del Opus Dei, derechistas del régimen y gentes de “buenas familias” que habían masacrado a socialistas y comunistas de la República, ellos o sus padres, de una forma u otra, por omisión o por participación.

Yo siempre creí que las ideas también se heredaban, que iban en el mismo lote que la educación y el catolicismo. Y no creo equivocarme, si bien estoy generalizando: la mayoría de los hijos de estas gentes son como sus padres y abuelos. De ahí han salido los del PP y, para más inri, también los de VOX.

La libertad de esta derecha retrógrada es salir a la calle porque no quiere una Ley del Divorcio, para que así los cónyuges tengan libertad para poder deshacer un error o una falta de amor. La libertad de esta derecha es salir a la calle y recoger firmas para que no se vote una ley que regule el aborto y así las mujeres –violadas o no– tengan libertad para elegir si quieren tener un hijo.

Libertad es protestar hasta el infinito por las leyes a favor de transexuales, protestar por la aprobación del matrimonio entre homosexuales, etcétera, etcétera, etcétera. Esa debe ser la libertad que proclama Isabel Díaz Ayuso en su eslogan de campaña electoral.

Nunca me ha sonado peor esa palabra que en los labios de estas personas herederas de Franco que, por cierto, hicieron cambiar el nombre de mi tía a mis abuelos: se llamaba Libertad y pasó a llamarse Concepción. Qué paradoja, ¿verdad?

Cuando banalizan y repiten la frase “comunismo o libertad” me hieren el alma. No puedo entender cómo pueden articular esa palabra. Con ella en sus bocas están fusilando y enterrando una y otra vez a los miles de españoles a los que un golpe de estado les quitó la libertad y la vida. Están negando a las buenas gentes que tuvieron que abandonar sus hogares para exiliarse porque los asesinaban. Por eso me rompe el corazón oírlos decir “libertad o comunismo.

Han de saber estas personas que los comunistas, junto con los socialistas, estuvieron tanto en el exilio como dentro de nuestro país jugándose la vida para traer la democracia. Pero sí, lo saben, y no lo perdonan; más de uno querría volver a otros tiempos.

Ellos, que no dejan ponerse a sus mujeres faldas cortas y que hasta hace poco tiempo no podían ni abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su padre o marido, nos van a enseñar a nosotros qué es la libertad, cuando la libertad solo la quieren para unos pocos: esos pocos que no consienten que una persona pueda decidir su muerte, que sea libre de morir dignamente.... ¡Qué sabrán ellos de libertad!

REMEDIOS FARIÑAS
  • 9.3.21
Un simple rapero, maleducado y grosero, se ha convertido en el adalid de la libertad de expresión en nuestro querido país. Todo porque varios jueces han decidido encarcelarlo cuando, realmente, no merece la pena mantenerlo con fondos públicos en una cárcel. Y a esos jueces habría que explicarles que la libertad de expresión es un derecho constitucional y que, por muy sinvergüenza que sea un individuo, han de medir bien las consecuencias de sus sentencias.


Estas consecuencias ya se veían venir de lejos porque, por mucho que repugnen las letras de sus canciones, hay que respetar la libertad para que ese impresentable tenga sus derechos constitucionales a salvo y, de paso, los tengamos todos.

El rapero ha sido condenado por enaltecimiento del terrorismo e injurias a la corona, pero no ha sido encarcelado por esto, sino por reincidente y provocador. También tenía sentencias por atacar y agredir a un periodista, amenazar a un testigo y por obstrucción a la justicia.

De modo que a un chalado, niño de una familia adinerada y que tiene varias sentencias por otros actos que sí son delictivos y que nadie conoce por mucho rap que cante, lo han hecho famoso. Es más, lo han hecho cabeza de un movimiento necesario porque, a todas luces, lo que sí se está cuestionado es el derecho de cada uno de nosotros a poder expresarse libremente.

Estamos cansados y aburridos de tanta pandemia, de no poder abrazarnos ni reunirnos con nuestros amigos. Las personas ya están ahogadas de no poder respirar, de no ver sonrisas en los demás. Esta pandemia asesina nos ha quitado los sentidos: no podemos sentirnos los unos con los otros porque, además de no poder tocarnos, tenemos que guardar las distancias y es muy triste encontrarnos solos, aunque estemos rodeado de gente.

Los disturbios sucedidos a consecuencia del famoso rapero no cabe la más mínima duda de que también son consecuencia de esta situación: la gente está desesperada a causa de tanto encierro y se generan conflictos y depresiones que llevan a algunos a destrozar cosas o a suicidarse.

De este modo, la causa principal que es la libertad de expresión queda solapada por un espectáculo de lo más lamentable: heridos, rotura de escaparates, asaltos a tiendas... Incluso se prendió fuego a una furgoneta con un policía dentro. Y todo provocado por unos jóvenes convencidos –o no– de que los jueces van en contra de unas ideas que ellos pretenden representar.

Pobres diablos, que creen representarnos con una violencia desmedida que no es de derechas ni de izquierdas, sino simplemente fascista. Es decir, una serie de niñatos fascistas quieren representar a una gran parte de la sociedad que quiere que se respeten nuestros derechos. Pues no: no es así como se hace. Debemos saber que no es igual la desobediencia civil que el terrorismo callejero y, lamentablemente, es esto último lo que hemos sufrido en las últimas semanas.

Es lamentable que el debate principal y necesario sobre la reforma del Código Penal para que cualquier ciudadano pueda decir lo que quiera –siempre y cuando no ponga en riesgo los derechos de los demás– lo personifique un personaje tan insignificante como este rapero.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 9.2.21
Nadie puede ni siquiera imaginar lo que debe sentir una persona cuando es condenada a pena de muerte. Nadie puede sentir esa agonía al saber que, tarde o temprano, más bien temprano, van a acabar con tu vida. Es evidente que no duermes porque pueden venir los verdugos durante la noche y sacarte para asesinarte y dejarte en una cuneta cualquiera. Todo esto y más debió sentir mi abuelo.


Luis Lázaro Barrera, Emilio Lorenzo Salgado, Hermenegildo Domínguez Blanco y Joaquín Fariñas Mallorca fueron condenados a muerte por “Rebelión Militar”. Mi abuela, después de recorrerse todas las instancias militares, pensó en otro pilar fundamental del franquismo: la Iglesia.

Su hermana estaba “sirviendo” en casa del arzobispo de Sevilla. Y era cuestión de vida o muerte. Además, su marido estuvo dispuesto a esconder en su casa objetos religiosos para que no sufriesen daño. Así lo declaró un testigo que era hermano de un sacerdote y que, valientemente, defendió a mi abuelo. Su nombre era José Wert Mora y será recordado siempre en mi familia.

Así se consiguió que fuera juzgado de nuevo en Valverde del Camino, en un Consejo de Guerra que tuvo lugar el 17 de diciembre de 1937. En las actas del mismo se puede leer:

Resultando que declarado el Estado de Guerra en todo el territorio en el bando de 18 de julio de 1936, Luis Lázaro Barrera, Emilio Lorenzo Salgado, Hermenegildo Domínguez Blanco y Joaquín Fariñas Mallorca, elementos marxistas y anarcosindicalistas de la Cuenca Minera de Riotinto, no prestaron el debido acatamiento a dicho bando, sino que se levantaron en armas contra la autoridad militar secundando el movimiento marcadamente comunista y se mantuvieron hasta el 25 de agosto del mismo año que fueron reducidos por la ocupación de la comarca por las tropas leales. Por tanto, debemos condenar a pena de reclusión perpetua a Hermenegildo y Joaquín como autores del delito de rebelión militar”.

Mi padre tenía ocho años cuando fue a la prisión de Huelva con su madre a despedirse de mi abuelo, al que trasladaban a la Prisión Central de El Puerto de Santa María. Nunca olvidaría cómo lo metieron esposado en un camión; nunca olvidó ese no saber qué ocurría ni dónde iban a llevar a su padre. Además, ¿qué hacía esposado como un delincuente? Eran muchas preguntas y emociones para un niño de ocho años. Después, con 78 años, aún lo recordaba como el día más infeliz de su vida.

Joaquín Fariñas tenía que cumplir una pena de 30 años de prisión: entraba el 14 de febrero de 1938 y, descontando los 89 días de prisión provisional, saldría el 9 de noviembre 1967. Posteriormente se la conmutarían por ocho años.

Mi pobre abuela compro un barril de vino y otro de aguardiente y puso una pequeña taberna para poder salir adelante. Todos los días iba el que había torturado a su marido a beber gratis. Entraba, se recostaba en la esquina de la barra y allí solo observaba a los lugareños que, en unas cuantas mesas de madera, jugaban al dominó.

Mientras, el desproporcionado número de presos del penal de Santa María, cerca de seis mil, provocaba que el estado sanitario fuese pavoroso. El aire en las celdas era irrespirable, los condenados dormían en colchones de paja o de hojas de maíz con un espacio máximo entre ellos de unos 45 centímetros.

Evidentemente, los chinches, piojos, pulgas y todo tipo de suciedad se acumulaban allí. El hambre y las enfermedades hacían estragos entre los presos y Joaquín ya empezaba a sentirse mal: tenía unos extraños dolores en el vientre y miccionaba sangre de vez en cuando.

No se sabe si por la masificación de presos o por qué razón, Franco empezó a conmutar penas y a conceder la libertad provisional a algunos encarcelados. En concreto, a mi abuelo lo excarceló y lo liberó con prisión atenuada el 21 de septiembre de 1940.

Llegó enfermo a su pueblo. Sus dolores cada vez eran más frecuentes. En su pueblo no le daban trabajo: estaba señalado como un rojo que, en aquellos tiempos, era como si tuvieses la peste. Entre el miedo y el odio, nadie quería darle trabajo. Estuvo en el pueblo algún tiempo hasta que mi abuela se quedó embarazada de su tercer hijo y mi abuelo decidió irse a trabajar a Alemania.

Al cabo de no mucho tiempo volvió al pueblo, cada vez más enfermo. Mi abuela lo llevó a médicos de Huelva, pero su marido no tenía solución alguna: tenía un cáncer de vejiga. Todos decían que había sido producido por las patadas y las torturas que había recibido por parte de Tomás Penis. Yo también creo que todo el infierno por el que había pasado contribuyó a ello.

Todos los miembros de mi familia tuvieron que convivir con el torturador. Es más, vivía enfrente de mi abuelo, que veía cada día al hombre que le estaba causando la muerte. Me contaban que los alaridos de mi abuelo, cuando le entraba el dolor, se podían escuchar desde el principio de la calle. Y el hedor que exudaba por un orificio que se le había abierto en el vientre era terrible. Murió, a fuerza de dolores, con 48 años. Y sufriendo lo indecible.

Falleció y dejó a cuatro hijos, el más pequeño con cinco años, mi tío Carlos, al que acosaba el torturador continuamente. Mi padre tenía 22 años y lo tenía que ver en el bar de su madre. Mi abuela lo único que les decía a sus hijos era que no hablaran, que tuviesen mucho cuidado.

Podemos imaginarnos el miedo que tendría la pobre mujer y así siguió hasta que el asesino murió. Mi tío Carlos fue a asegurarse de que lo enterraban bien hondo. Solo iba acompañado de unos cuantos guardias civiles: nadie lo quería en el pueblo.

Esta historia es real y todo lo que cuento está recogido en archivos oficiales. Hoy en día no parece que esto pudiese haber pasado, pero ocurrió. Esto es la memoria histórica que jamás debemos olvidar para que no vuelva a repetirse.

Mi interés en contarlo es para que se sepa lo que le hicieron a un hombre bueno que, lo único que hizo, fue defender la legalidad democrática que había salido de las urnas. Creo que hago un poco de justicia y que, al menos, ofrezco un poco de consuelo a su hijo Carlos y a mi padre que, esté donde esté, posiblemente se sienta muy orgulloso de que su hija haya podido contar la historia de su padre. Sin miedo, tantos años callada y tan olvidada.

REMEDIOS FARIÑAS
  • 12.1.21
Eran las once de la noche del 14 de noviembre de 1937. Riotinto se envolvía en una espesa niebla, con esa capa espesa de humedad que te cala los huesos hasta el fondo. No se veía nada en un metro a la redonda: apenas se podían distinguir vagamente las sombras de los mineros que entraban al tajo en el turno de noche. Pobres hombres, con sus viejos trajes, con unas ropas sobre otras, sin más abrigo que las manos en los bolsillos y la raída gorra. Iban con las cabezas gachas, tiritando de frío y con el hambre en sus ojos. 


A esa hora, la pareja de guardias civiles sacó de su casa a Joaquín Fariñas, mi abuelo. Estaba a punto de salir para su trabajo. Desde su casa al cuartel de la Guardia Civil había unos escasos quinientos metros. Se cruzó con varios mineros que, viendo a la pareja de agentes, se pasaron a la otra acera. 

Cuando llegaron al cuartel, a mi abuelo se le cayó el alma: los guardias se quitaron las capas y uno de ellos se marchó del pequeño habitáculo dejando a Tomás P. C. que, además, soltaba la pistola en el cajón de un raído escritorio con dos sillas desvencijadas que componían todo el mobiliario.

La primera patada fue a su bajo vientre y así continuó hasta que lo dejó tirado como un guiñapo ensangrentado en un rincón. Mi abuelo no podía respirar: la sangre que salía de su boca y de su nariz se lo impedía y no sentía ya nada de medio cuerpo hacia abajo a causa de las cientos de patadas que había recibido.

El torturador quería que le dijese el nombre de los compañeros de la UGT que habían ido junto a él en un camión a Fregenal de la Sierra, a confiscar trigo para hacer pan y repartirlo entre los más necesitados del pueblo. El atestado decía lo siguiente:

“Que sobre las veintitrés horas del día 14 de noviembre del año 1937 y acompañado de los guardias segundos Tomás Penis Corchado y Miguel Romero Banda se procedió a requerir al vecino de esta barriada al ser individuo que estuvo afiliado al deshecho Frente Popular para averiguar la actuación que pudo tener antes y durante el movimiento rojo, a cuyo efecto fue interrogado”.

Mi abuelo declaró que pertenecía a la UGT, que no ostentaba cargo alguno, que no salió en ninguna columna a luchar contra las tropas nacionales, que no quemó iglesias y que fue a desarmar a los guardias civiles con un grupo numeroso de personas porque se lo ordenó un individuo apodado “El comunista” que se encuentra fugado. Procedió al desarme del guardia segundo, Tomás Penis Corchado, que vivía fuera de la casa cuartel y le intervino el fusil y las municiones. Lo echaron en una camioneta y lo llevaron al sindicato.

También dijo que marchó a la sierra en una camioneta a buscar trigo que, posteriormente, cambiaron por harina que llevaron a la panificadora de la viuda de Centeno en la que se elaboraba el pan para la población y que estaba incautada por el comité.

Hay dos testigos que comparecen para ir en contra de Joaquín: Juan Acosta Gallego, que declara que pusieron unas banderas blancas para recibir a las tropas nacionales –y Joaquín, de malas formas, se lo afeó a los vecinos que las pusieron– y otro testigo, Pedro Gómez Gallego, de profesión practicante, que dice que le curó los pies llenos de espinas del monte por formar parte de una columna que iba a combatir a los fascistas.

Hubo un valiente, una buena persona, que a riesgo de que pensasen que era “rojo”, dio la cara por Joaquín: fue José Wert Mora. Este vecino declaró que Fariñas se presentó diciéndole que sabía que iban a registrar las casas para recoger ornamentos de culto y como su hermano había sido sacerdote y estaba muerto, pues se ofrecía a guardárselos él en su propia vivienda. Por lo tanto, sabiendo Fariñas que los tenía el sindicato, no los intervino, con lo que se concluye que Joaquín Fariñas no le delató.

En el resumen de las diligencias explican que el sujeto Joaquín Fariñas Mallorca tomó parte muy activa en el movimiento marxista, interviniendo en el desarme de la Guardia Civil; además, tomó parte de grupos que salieron a la sierra en busca de trigo y harina, como igualmente salió en columnas par combatir a las tropas nacionales, como consta en la declaración del mismo y de los testigos, siendo un sujeto de ideas muy avanzadas y peligroso. 

Se procede a su detención e ingreso en el Depósito Municipal de esta localidad, dando por finalizado este atestado para su remisión al teniente coronel jefe de Operaciones de Limpieza de las sierras de Badajoz. Sevilla y Huelva.

Junto a mi abuelo detuvieron a Emilio Lorenzo Salgado, Luis Lázaro Barrera y Hermenegildo Domínguez Blanco. El recuerdo que tengo de mi abuela Concepción, a la que sí conocí, es de una mujer pequeñita, muy morena, con su pelo recogido en un moño eterno y toda vestida de negro. Sus ojillos denotaban cariño y sus manos ásperas de trabajar eran las que mejores caricias daban. 

Para mi abuela, la típica frase “todo el mundo es bueno” no era un decir: realmente la representaba. Y esta mujercita recorrió cielo y tierra para que no condenaran a muerte a su marido, aunque ya lo había condenado su torturador, con dos hijos a cuestas: mi padre, de nueve años, y mi tía Concha, con siete, a la que tuvieron que cambiar el nombre porque se llamaba Libertad. 

Mi abuela fue de casa en casa pidiendo por su marido, diciendo que era un buen hombre que no había hecho daño a nadie y que, por favor, testificasen a favor para que no lo matasen. El documento del Consejo de Guerra que se celebró en Valverde del Camino dice así:

“En la plaza de Valverde del Camino, a diecisiete de diciembre de mil novecientos treinta y siete. Segundo Año Triunfal. Como secretario del Consejo de Guerra Sumarísimo y de Urgencia de la Zona, extiendo la presente acta para hacer constar que en este día se ha reunido el Consejo para ver y fallar las causas…”. 

A mi abuelo, Joaquín Fariñas Mallorca, lo condenaron a muerte junto a Emilio Lorenzo Salgado. Pero aquí no termina esta historia.

Continuará...

REMEDIOS FARIÑAS
  • 9.12.20
Nació en Riotinto, en las famosas Minas de Riotinto, que fue colonia inglesa desde 1873 hasta mediados del siglo XX. Era un republicano de izquierdas, un idealista como todos los de izquierdas de aquellos tiempos porque creían en el corazón y la bondad de las personas y en un mundo feliz donde todos eran hermanos proletarios. Vivía con su mujer y dos hijos en ese pueblo de tierras rojas, tierras que parecen bañadas de sangre: la de los hombres que perdían la vida bajo toneladas de escombros en el propio corazón de la tierra.


Las gentes que lo habitaban decían que los ingleses habían dejado cosas buenas y malas. Las malas las dejaremos para otro momento, pero las buenas eran que sus obreros debían tener una cultura: ellos no querían analfabetos en sus minas. Nada más llegar, y a la vez que construían casas para sus obreros, edificaron varias escuelas. En el siglo XIX pocos pueblos podían decir que tenían escuelas. Por este motivo, por su cultura, los mineros tenían una gran conciencia crítica y de clase.

En Riotinto se editaba y se leía prensa obrera desde la primera Revolución Industrial. Allí además se vivió el famoso Año de los Tiros, que en otro momento contaré; de modo que no se quedaron de brazos cruzados cuando el Gobierno legítimo de la República anunció la traición de unos generales y sus aliados, los terratenientes y banqueros. Más tarde, estos asesinos se alinearían con otras alimañas más peligrosas aún: los nazis y los fascistas de Mussolini.

La guerra en un pueblo minero no era igual que en otros lugares, ya que tenían más armas. Los hombres cargaban dinamita de las minas en camiones que previamente mal blindaban y salían en columnas a luchar contra las tropas franquistas. 

Una de esas columnas fue la que se dirigió a Sevilla, cargada de hombres que recogína por los pueblos que pasaban. La Guardia Civil los escoltaba, pero el capitán Haro, que dirigía la columna, los traicionó adelantándose con todos los guardias para esperarlos en Camas junto con las tropas de Queipo de Llano, el genocida que se terminó instalando en Sevilla. 

Fue una masacre: los camiones cargados de dinamita estallaron y murieron muchísimos mineros que iban a luchar por la democracia. Los que no murieron quizás lo hubiesen preferido porque, después de estar hacinados en un barco-prisión en el Guadalquivir, fueron fusilados en las murallas de la Macarena.

Pero volvamos al principio. Joaquín vivía de su trabajo de obrero en la mina. Tenía 33 años cuando estalló la sublevación. Pertenecía a la UGT y, al comienzo de todo, el sindicato reunía alimentos y provisiones para los más necesitados en el pueblo. 

En una de estas requisas participó y escoltó, junto con algunos otros, un camión que se dirigió a Higuera de la Sierra a cargar trigo que luego cambiarían por harina para llevarlo a la panadería de la viuda de Centeno y hacer pan para la gente del pueblo.

Otro día le pidieron que fuese con unos cuantos a desarmar a los guardias civiles para evitar lo que habían hecho los de Sevilla. Joaquín fue y en la Comandancia había dos agentes. A él le tocó desarmar a un tal Tomás P. C., que vivía en una casa fuera del cuartel. Y esa fue su perdición.

El 23 de agosto de 1936, las tropas traidoras entraron triunfales en Riotinto. No hubo un solo tiro pero, no obstante, empezó un periodo marcado por la crueldad y la sin piedad: mujeres y hombres torturados; sacas de las casas de madrugada para fusilamientos en la tapia del cementerio... Decenas de vidas rotas por ser leales al Gobierno demócrata. 

El pueblo quedó arrasado, pero no por las bombas ni por la lucha, porque no la hubo. Las gentes tenían tanto miedo de lo que escuchaban que hacían en otros pueblos que sacaron las banderas blancas a las ventanas y no se oyó ni un solo disparo. Lo que sí hubo fueron humillaciones y torturas. Riotinto quedó muerto con cientos de huérfanos y viudas. Y un silencio y un miedo que durarían más de cuarenta años.

Trascurrido un año seguían con las matanzas. Pero, ahora, los detenidos eran juzgados por un supuesto tribunal nombrado por ellos, por los traidores, en el que el abogado defensor formaba parte de los acusadores. Por tanto, ni era un juicio real ni, muchísimo menos, era un proceso justo.

El 17 de noviembre de 1937 Joaquín es detenido por la pareja de guardias civiles a los que les quitaron las armas. En concreto, fue esposado por Tomás P. C. quien, a la postre, se convertiría en su asesino. En el atestado se lee, literalmente, que se levanta contra “el sujeto Joaquín Fariñas Mallorca, por haber tomado parte activa en el movimiento marxista durante el dominio rojo, en esta barriada, el año anterior, el cual queda en el Depósito Municipal a disposición de la autoridad”. Por cierto, Joaquín Fariñas Mallorca era mi abuelo.

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